miércoles, 26 de enero de 2011

Todos Los Santos

                        En múltiples regiones y pueblos de España existen diversas costumbres y tradiciones,  algunas muy particulares, pero muchas de ellas eran comunes    en todas las  tierras de nuestro país, como  la visita a los cementerios, el colocar lamparillas de aceite (“mariposas”)  en las viviendas en improvisados altares con estampas y fotos de familiares  fallecidos, comidas especiales,  comer frutos secos (castañas, nueces, almendras, higos secos,…), frutas de la temporada (membrillos, manzanas, granadas,…), dulces típicos ( huesos de santos, torrijas, buñuelos de viento, batatas  dulces,..) Todo eso de, alguna manera ,también  era compartida en nuestra tierra, con la salvedad de que, 60 años atrás,  no estaban las cosas para semejantes despilfarros culinarios, si en cambio, las costumbres piadosas   y respetuosas a los fieles difuntos. Sin embargo en San Andrés, en esos años, había una costumbre o tradición muy arraigada, diferente, original y diría que única, a cuantas  he conocido, oído o leído y estoy seguro que estas nuevas generaciones la desconoce.           

                    No se sabía, ni el origen, ni el momento en que surgió una tradición  que, desde hacía años,  se llevaba a cabo  el día de Todos los Santos y  no estoy seguro, si también el Día de Difuntos. Pero por la gran aceptación y  solicitud del ritual, tanto por las personas mayores jóvenes y sobre todo,  por los ancianos, daba a entender que, desde bastante tiempos atrás, ya se celebraba este rito porque era bastante familiar  y se hacía de forma natural, de tal manera. que no podías dejar ni una casa y, dentro de ella, ninguna habitación, donde no se entrara y lo pusieras en práctica.
                      En aquellos años, lo veía como un acto religioso,  en algunos momentos, muy emotivo viendo la fe y devoción demostrada por los filigreses y mas que ninguno, personas enfermas y de edades muy avanzadas, luego, al paso de los años, me dió por pensar que, tal vez, era resto de rogativas por epidemias de cólera, peste o alguna ancestral superstición,  en la que la Iglesia, para erradicar cualquier maleficio, tenía mucho que ver.
                           El caso es que, después de la misa del día de Todos los Santos, mi hermano Andrés y yo, no nos quitábamos la sotana y el roquete  de monaguillo, pues don Ignacio, el cura, nos enviaba a recorrer el pueblo con el acetre lleno de agua bendita y el hisopo,  a bendecir  casa por casa y así, con un crucifico de mano  y los  artilugios para la bendición, iniciábamos el recorrido por la casa de Avelino padre, que vivía  en la plaza,  a la vez que era la primera de la calle Jeta,  continuando calle abajo,  pasando de la  acera izquierda a la  derecha sucesivamente.
                              A cada vivienda que llamábamos a la puerta, saludábamos con una frase  de bienvenida. Unas veces decíamos  --“La paz del Señor” o “La Paz de Dios”----- alternándola con ---“Ave María Purísima”….. , que no siempre era contestada por quien abría la puerta.  Después de dar a besar el crucifijo, lo limpiaba con un paño  y acto seguido,  iniciábamos la bendición de la casa con una  frase que no era una jaculatoria  sino una especie de “sortilegio”.
                                      Con el hisopo lleno de agua bendita, ibas pasando por  cada  habitación  que la anfitriona, nos indicaba, mientras,  con cuatro golpes de hisopo ibas haciendo la señal de la Cruz  rociándola con el agua, cada vez que hacías la bendición, mientras repetías,–“¡Que salga lo malo y entre lo bueno!”¡ Que salga lo malo y entre lo bueno! con cierta  entonación a modo de  cantinela .                                            Después de bendecir la casa , antes de salir a la calle, según las posibilidades de cada familia, te echaban unas monedas dentro del acetre. Abundaba la “perra” gorda y con frecuencia, una “perra” chica;  de tanto en tanto, caía un “real” (25 céntimos),  alguna que otra peseta y muy, pero muy  rara vez, llegaba  a una moneda de 2,50 pesetas.  En algunas casas, además, nos solían dar “ Jigos pasaos “, frutas,  pasas, y alguna que otra cosa comestible que guardábamos en una bolsa  y le metíamos mano, de  vez en cuando.
                          Durante el recorrido, nos intercambiábamos las funciones, una calle, mi hermano, hacía las bendiciones y  yo llevaba la cruz y recogía los comestibles y  en otras, lo hacíamos a la inversa. A medio día interrumpíamos el recorrido, no solo porque era la hora de comer, sino porque prácticamente nos quedábamos sin agua bendita y había que reponerla. Volvíamos a la iglesia   vaciando todo el dinero del recipiente del agua,  que nunca era gran cosa, y de ello nos daba  el cura , 1 peseta y media para cada uno, con lo que salíamos tan contentos  como si llevásemos una pequeña fortuna, dándonos también, una pequeña parte de los comestibles recogidos, quedándonos solos, los “higos pasaos”.
                           Continuábamos  después de comer, pasando  previamente por la iglesia para vestirnos de monaguillos, llenar de nuevo el cubito del agua bendita y recoger la Cruz, comenzando el recorrido a partir de la última vivienda que visitamos. Con idéntico ritual recorríamos todas las calles del pueblo: calle Belza,  el Cabo , Arenas, La Cruz, Sacramento, La Torre, la Muralla, Guillen. La Plazoleta,----etc., etc.. A medida que pasábamos, la gente nos llamaba y esperaba a las puertas para hacernos pasar y bendijéramos sus casas con la monótona cantinela --¡Que salga lo malo  y entre lo bueno!, ¡Que salga lo malo y entre lo bueno!.....                              Era muy emotivo el momento en que, en alguna  de ellas, estaba la abuela o el abuelo  muy viejitos ya, postrados en cama  aferrándose a una  vida  casi  a punto de extinguirse, pedirnos con fervor, besar la Cruz, como si de una confesión se tratara, y le bendijéramos con el agua bendita rociando el triste lecho, de donde no se levantaría,  ante las lágrimas de sus familiares…….. Un recuerdo triste e imborrable, que  me descubrió la muerte a  muy corta edad cuando tuve que vivir, en más de una ocasión, en primera fila, cuando se producía la  defunción  de algún habitante del pueblo y entraba en la sala mortuoria acompañando al sacerdote, que antes de cerrar el ataúd, echaba un postrero responso con un fondo  de llantos lastimeros y  en ocasiones,  no exentos de histerismo.
                             Calle por calle y casa a casa, recorríamos todo el pueblo hasta ya muy entrada la noche dejando pocos lugares por visitar, regresando a la iglesia cansados de tanto entrar y salir,  con el  hisopo seco,  el acetre con bastantes monedas y la bolsa surtida de  higos y otras viandas que don Ignacio   contaba y administraba según su criterio . A nosotros nos daba  dos o tres pesetas a cada uno y nos íbamos a casa no sin antes pasar por el carrito de Carmita, en  el banco de arriba de la plaza, gastándonos media peseta entre orejones, regalí  y unos caramelos “Jumbo o Dumbo” de “café y leche” cuyo envoltorio eran estampitas de la vuelta ciclista a España, que coleccionábamos en un álbum. El resto, lo guardábamos en una alcancía  para gastarlas en turrón, ruletas, petardos y rifas, durante las próximas fiestas de San Andrés.
                              Llegábamos a casa hechos “fiscos”, nos bañábamos y casi ni cenábamos  por estar hartos de tantos “Jigos” y otras chucherías. Caíamos en la cama rendidos pero con una gran satisfacción de haber cumplido con una tradición muy arraigada en nuestro pueblo .
                              Durante la noche soñaba  que, durante una temporada, San Andrés, sería más feliz y dormiría tranquilo porque, gracias mí, todos los males  estaban erradicados y solo  flotaría sobre su cielo, como protección benefactora , todo lo bueno de las gentes de nuestro pueblo.

                                                                 L. Torti                       Enero  2011

sábado, 15 de enero de 2011

Almáciga - Virgen de Begoña

        Todo el mundo, en algún momento de su vida, ha soñado, oído o leído, como un náufrago perdido en una isla o algún pirata abandonado  a su suerte, ha recurrido al incierto  método de arrojar una botella al mar, a merced de las olas, con un mensaje de socorro dentro con la esperanza  que alguien la recoja y ponga los medios para su rescate y salvación.

                   Más de una vez,  mientras jugaba en el “cabezo” recogiendo lapas o “burgaos”, veía restos de barcos, redes, botellas vacías, etc. que arrojaban las olas después de fuertes temporales y buscabas  entre las piedras, con ilusión infantil, que un día encontraría una botella con  el mapa de un tesoro dentro que, un malvado pirata ,cedería a cambio de su rescate de una isla perdida del Caribe. Pues bien, algo así, fue lo que ocurrió en una apartada y solitaria playa de una pequeña aldea del macizo de Anaga.
                    Hasta la aparición de una venturosa botella, muy poca gente del archipiélago , ni siquiera de San Andrés, podría ubicar en el mapa, ni conocía la existencia de este caserío, llamado Almáciga, perdido y casi olvidado entre altas cumbres en la  zona  norte de Tenerife . Gracias a estas circunstancias, Almáciga, empezó a existir para el mundo.
                    Curiosamente, en mi casa, no sólo sabíamos de la existencia de ese lugar, sino que conocíamos  a un abnegado y buen hombre miembro de su población  desde hacía
años. Desde que tengo uso de razón, dos o tres veces al año. venia  el  sr. Paulino ,hombre de mediana edad, bonachón,  muy respetuoso y agradecido, a mi casa con un burro cargado hasta no poder más, de carbón, papas, quesos, huevos, algún pollo,  conejos y productos varios que cultivaba, a duras penas,  en una escasa huerta  de subsistencia.


                        En aquellos años, era muy duro desplazarse desde Almáciga hasta S. Andrés, pues no había carreteras, sino unos rústicos caminos de pedregales, tortuosos y en continua subida, a tramos, con fuertes pendientes, hasta Taganana. A partir de ahí,  mejoraba algo en cuanto a anchura y pavimento, ya  que se convertía en tierra, salvo cuando llovía, haciéndose intransitable por el barro resbaladizo, pero continuaba siendo  penosa su andadura porque se prolongaba a base de empinadas curvas que zigzagueaba la montaña para salvar la distancia, desde casi la orilla del mar, hasta alcanzar la cumbre del Bailadero en interminable, fatigosa y lenta marcha que había que recorrer andando y cargados,lo mas que se podía, para aprovechar, al máximo, la capacidad del pobre jumento para traer y, a la vuelta, llevar a su casa, utensilios y  provisiones que necesitaba para su dura  vida campesina.
                          El sr. Paulino y su sacrificado borriquillo tenían que salir muy temprano,  sobre las cinco de la mañana, y darse una buena caminata por tan difíciles caminos . A partir del Bailadero hasta San Andrés, ya había una carretera en bastante buen estado, por donde podían circular vehículos, pero en esos tiempos, ¿quién tenía vehículo?: La carretera  aunque larga y llena de curvas, era de bajada y el trayecto se hacía más rápido y cómodo.
 
                          Cuando el sr. Paulino llegaba a s. Andrés, era casi mediodía y su primera parada, era  a casa de dña. María, como él llamaba a mi madre. Allí descargaba gran parte de la mercancía que traía y  mí madre le compraba, aliviando de su peso al pobre y sufrido animal.   Al borrico lo llevábamos a  “la casa de abajo” como así llamábamos  a otra casa que teníamos para desahogo de la nuestra, ( una antigua panadería que aún conservaba el horno y utensilios de amasar y  palas para sacar y meter el pan ),donde había un gallinero y una especie de cuadra, donde el animal, descansaba y reponía fuerzas para el también penoso regreso, mientras su amo, hacia sus ventas por el pueblo y sus compras y a veces  se acercaba a hacer gestiones en Santa Cruz. El buen “almaciguero o almacíguense”, siempre dejaba algún queso o huevos de regalo y mi madre, a su vez, le regalaba un poco de café  que mi padre obtenía en el puerto de Santa Cruz.
                          A media tarde, el sr. Paulino, con los pies hechos una pura llaga por la gran caminata y agotado por el trajín de todo el día, se sentaba con nosotros mientras tomaba una taza de café con algunas galletas  o un trozo de bizcochón. Mi madre o alguna de mis hermanas, le preparaba una palangana llena de agua templada a la que le echaban un puñado de sal donde, el pobre sr Paulino, sumergía sus doloridos y llagados pies encontrando un gran alivio y un plácido descanso después de un fatigoso y ajetreado día. Ya algo más relajado y descansado, mi madre le daba una toalla, esparadrapo, gasas y polvos Azol  para curarle y protegerle los pies para el camino de regreso que tampoco era “un camino de rosas.” En ocasiones, cuando llovía, además de llagado, venia empapado como una sopa y en más de una ocasión, se le tuvo que secar la ropa y dejarle alguna de mi padre.
                            Sin demora, preparaba a su borrico y cargaba en él las mercancías que transportaría para su casa, que nunca eran tantas como las que, de venida, traía, por lo que amo y borrico, irían mas aliviados de peso y la vuelta, se hacía más llevadera y cómoda.¡¡A saber a la hora y en qué condiciones llegaría  el entrañable  sr. Paulino a su plácido, rústico y olvidado paraíso de Almáciga!!


La Virgen de Begoña



                              Sucedió que una noticia  infrecuente, romántica e ilusionante, saltó a la opinión pública a través de grandes titulares en la prensa  ,extendiéndose, como reguero de pólvora, por todo el archipiélago, haciéndose eco toda la prensa de la península. La causaba, la llegada de una botella conteniendo unas estampas de la Virgen de Begoña, con un mensaje de unos peregrinos a Santiago de Compostela en viaje por mar, desde Bilbao. Durante la travesía, uno de los peregrinos, la arrojó al mar a merced de las olas, advirtiendo a quien la encontrara, se pusiera en contacto con ellos.  A lo largo de muchos meses, la botella viajó, desde el  bravo Cantábrico, hasta  una apacible y solitaria playa atlántica  de un archipiélago, que por algo, además de por sus bellezas, la llaman Afortunadas.
                                La botella, con su sacro contenido, fue encontrada por un matrimonio que recorría la playa en busca de restos,  arrojados en la orilla por las olas, y que pudieran serles útil o sacarle algún provecho económico que aliviara  un poco, la gran penuria de la época. Este hallazgo sacó del anonimato,  la ignorancia y el sueño de siglos, la existencia del pequeño pueblecito de Almáciga, en la isla de Tenerife, a la vez, que ponía en evidencia, las dificultades de sus comunicaciones y aislamiento.
                                 Con la información a las autoridades del contenido de la botella  y su mensaje, se abre todo un proceso de negociación para llevar, a buen fin,  la promesa de enviar una réplica de la Virgen de Begoña al lugar donde fue encontrada, con gran regocijo del pueblecito y toda la comarca de Anaga.
                                   Pasaron unos meses, desde las primeras noticias de la recogida de la  famosa botella, en la que  no se sabía nada de la situación de las negociaciones y ya parecía que nadie recordaba el feliz acontecimiento, dudándose, incluso, del cumplimiento de la promesa de enviar una imagen de la venerada Virgen vasca. Pero, un buen día, empezaron a llegar noticias de la próxima salida de Bilbao de una imagen de la Virgen de Begoña con destino a Santa Cruz de Tenerife para continuar su traslado hasta, la ya conocida, aldea de Almáciga.
                                     Entretanto llegaba el momento de la venida de la imagen, el obispado de La Laguna, preparaba los actos para su recibimiento y  se planteaba de qué manera, se haría el traslado hasta le ermita, que con donaciones de los bilbaínos, ( al igual que la imagen de la Virgen), se estaba construyendo en el pueblo donde residiría. Dada la imposibilidad de hacer el recorrido por tierra por las grandes dificultades del terreno y casi la total ausencia de vías apropiadas, se optó hacerlo por vía marítima. Además de ser la fórmula más adecuada, también era especial designio, lo que la providencia había querido: Si la botella con las estampas llegaron a través del mar, era justo que, La Virgen, “en persona”, quisiera  hacer  el mismo recorrido.
                                       No sé si fue mandato del obispado o decisión del pueblo de San Andrés pero, nuestro pueblo, tuvo un hermoso gesto hacia  la que sería nuestra vecina en devoción, no en vano, nuestro Santo Apóstol, compartió con  la madre de Jesús  importantes y trascendentales  momentos de su vida  y ahora, la recibiría de nuevo, para acompañarla hasta una nueva morada, porque la decisión, no era otra que salir a la mar, al encuentro de la Virgen, y acompañarla hasta Almáciga. Para ello, se convocó al pueblo de San Andrés para que se uniera al acontecimiento y se hicieron los preparativos para la ocasión´
                                       Llegado el día del traslado, no recuerdo si hubo misa previa, pero nuestro Apóstol, engalanado para  el importante “reencuentro”,  salía en procesión camino del Muellito donde una hermosa barca engalanada con guirnaldas de banderitas,  estaba dispuesta a embarcar tan ilustre Pescador,  acompañándolo  otras  barcas de otros tantos pescadores como Ël, aunque no fueran tan ilustres,  y del resto de feligreses que cupiesen en las distintas barcas también engalanadas . Los que no pudieron embarcar por falta de espacio, se agolpaban sobre la tapia del muelle y  su entorno para presenciar tan emocionante  acto.
                                    El día era gris y la mar no estaba todo lo tranquila que era deseable, pero tampoco  ofrecía ninguna preocupación y menos  aún, con la gran tradición marinera de nuestro pueblo.
                              Cuando las barcas iniciaron la salida del puerto , ya se divisaban  las engalanadas embarcaciones  encabezada por la portadora de la Virgen vasca que, desde este momento iba a ser  una “Maga” Virgen Canaria. Formando un alegre y vistoso cortejo, múltiples barcas  acompañaban a la Madre Viajera  acercándose hasta nuestros barcos que, con calculada  precisión, esperábamos estuviera a nuestro costado.
                               Mientras la veíamos llegar, una fuerte emoción se iba apoderando de todos los que vivíamos tan precioso e histórico momento y estalló la fuerte tensión almacenada, cuando pasaba, justo, al lado de nosotros,  con ´múltiples ¡¡Viva San Andrés!!, ¡¡Viva La Virgen de Begoña!! Repitiéndose una y otra vez, mientras aplaudíamos frenéticamente y una lluvia de “foguetes”  tirados desde nuestras barcas y los acompañantes, volaban sobre la Virgen,  hacia el Cielo, como una plegaria de  fe y de esperanza.
Este emocionante  encuentro, no lo he podido olvidar y ahora al recordarlo, me embarga una emoción incontenible.
                                Entre ¡¡Vivas!! a ambas imágenes  y los “foguetes “ de rigor. nos fuimos integrando en el cortejo procesional  marítimo  mientras navegábamos hacia  el destino final de Almáciga, como era la intención inicial. Pero llegando a la altura de Los Órganos, la mar, que se inició un poco “picada”, iba aumentando su  oleaje y a medida que avanzábamos, se incrementaba  la inestabilidad de la marea, al punto, que se tomó la decisión de retornar a puerto, cosa que se hizo, cuando ya se divisaba Igueste.
                                El resto de la procesión marítima no tenía otra opción que continuar hasta su destino final, a la que se unió, algunas de las barcas  de nuestro cortejo. El Santo Apóstol ,se despidió de  la Madre de su Amigo y Maestro, entre nuevos,  y cariñosos ¡¡Vivas!!  a la vez, que se iba quedando rezagado para después, dar la vuelta y retornar a su  puerto y hogar seguro, donde es tan querido y venerado.
                                 Me produce verdadera tristeza que este “gesto” tan emotivo, entrañable e histórico, del pueblo de San Andrés, no se vea reflejado en los múltiples escritos sobre el “milagro” de la botella de Almáciga y  el traslado de la imagen de la Virgen de Begoña, hasta su nueva estancia. Reivindico para todo aquél que escriba algo sobre este tema, haga constancia de este hecho que ennoblece y enorgullece a los pobladores de nuestro querido pueblo. ¡He dicho!.
                                    De todo este relato doy fé de su veracidad como testigo de primera fila, pues en calidad de monaguillo, asistí ,desde la barca portadora del Santo, a tan trascendental acontecimiento.
                                    Corría el año 1950 ,un 14 de Mayo y yo cumpliría pronto, nueve años.


                                                                        L. Torti

martes, 4 de enero de 2011

LOS REYES MAGOS

                 Ante la proximidad de la noche de los Reyes Magos viene a mi memoria una simpática anécdota  ocurrida en tan señalada noche, que presencié con miedo y estupor y durante años, he oído reproducir, alegremente, entre algunos de los protagonistas, el jocoso acontecimiento.
               
                   En aquellos años creíamos en los Reyes Magos hasta edades ya grandecitos. Los niños éramos bastante inocentes ,ingenuos y ejercíamos verdaderamente de niños, en contrapunto a los niños de ahora, que son bastante más avispados por ellos mismos, y si no, ya se encargan los medios audiovisuales e incluso los escolares, en quitarles la poca  inocencia   que les queda .
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http://img524.imageshack.us/img524/3265/image003l.png                  Entonces como ahora, esa noche mágica era esperada por todos los niños con gran ilusión y esperanza de que, los generosos Reyes, dejaran en los zapatos los regalos que previamente les había pedido en una carta que creíamos recibirían a tiempo para ver realizadas nuestras peticiones…… pero….. en S. Andrés, por desgracia, habían muchos niños, tal vez demasiados, que no podían soñar en que los Reyes le dejaran ni una simple pelota o una pequeña muñeca de trapo,  no ya en los zapatos que no tenían, pero ni siquiera, en unas humildes alpargatas con algún agujero en su lona, pues los tiempos eran muy difíciles, con muchas penurias y escaseces y, una vez más, no se disponía de dinero  en muchas familias  sino para, escasamente,  comer. 
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                   Te ibas pronto a la cama, no sin antes, dejar una bandeja con una botella de anís y unas tortas navideñas que hacia mi madre  para los Reyes y un cacharro con agua para los camellos, como era costumbre. La noche se hacía interminable. Dormías nervioso e inquieto esperando un amanecer que no llegaba nunca . A las primeras luces del alba, ya estabas con un ojo abierto esperando oir movimientos de que alguien se levantara para saltar de la cama y correr hacía la ventana donde colocábamos los zapatos  para ver, entre asombrados y  complacidos, lo que Melchor, Gaspar o Baltasar te había traído, según a quién, le habías dirigido tu carta.
                    Nunca te traían todo lo que habías escrito en tu carta y algunos de los juguetes, eran sustituidos por otros que no habías pedido y no comprendías el porqué de esos cambios y olvidos. Lo entendí….. ¡cuando fui padre!
                       Los que nunca fallaban eran los juguetes que nos decía mi madre que pidiéramos para los niños que no tendrían ninguno, de manera que, algunos, los teníamos por duplicado, mas algunos juguete propios de niñas, que luego mi madre repartía entre algunos niños  vecinos.  No podía faltar una pelota de goma ,más o menos grande, pero ni soñar con un balón que, por entonces, apenas si lo podía tener el club deportivo San Andrés. La pelota era el juguete estrella pues, quien tenía  la más grande, era el que decidía quien jugaba o no, en los partidos que se organizaban, y mientras duraba la pelota, era una dicha jugar al fútbol, porque, cuando ya era imposible darle una patada por las rajas que tenia, nos las teníamos que hacer nosotros con las hojas que protegían los nacientes plátanos  atadas con las aneas de las corteza de la platanera y si querías perfeccionarla, la forrabas con una media o un calcetín viejo y te quedaba una pelota, aunque tan dura como una piedra y que no botaba, pero podía resistir todo una “liga” sin estropearse. Luego venían las pistolas y los rifles de aire con un tapón de corcho atado  a la base del cañón y para que fuera más lejos y darle un taponazo a algún amigo jugando, tenias que cortar la cuerda a riesgo de perder el tapón. Algún año te ponían una pistola de “mistos” y eso, ya era un lujo. Caballitos de cartón con ruedas, camiones de madera  con una manivela para el volquete, coches metálicos con cuerdas que te duraban una semana, un mecano, cajas de colores Alpino, cuadernos de dibujos para colorear, cuentos,…..  etc. Yo cada año pedía y me lo traían, un coche “pulga”, rojo ,llamado así porque era muy pequeñito, pero me hacía gracia porque le daba cuerda y giraba haciendo un redondel y también  podía  ir en línea recta. Ya de mayor, algún año también me pusieron el coche “pulga”.
                         Aquel año  San Andrés iba a tener  una visita “Real”. Una semana antes se iniciaron los preparativos para el recibimiento. Su recorrido,  por las empedradas calles del pueblo, iba a ser muy ilusionante y productiva, sobre todo, para la gente menuda  porque, nada menos que las recorrería ….¡¡El Rey Mago Melchor!!
                          Varios jóvenes del pueblo entre los que se encontraban Antonio Yánez, hijo de don José Yánez Marrero propietario de las “guaguas” de S. Andrés, un hijo de Madre Concha, vecina de al lado de mi casa, que si lo llamabas por su nombre, Antonio, nadie sabía quién era, pero si el añadías “el Pancista”, lo conocían hasta los “cazones” del Cascajo, creo que también iba  Pepito Cabrera, hijo de don Pepe el practicante y dueño del cine, algún otro que no recuerdo y mi hermano Rafaél q.e.p.d. que iría disfrazado del rey Melchor. Mis hermanas se encargaron de hacerle una túnica, además de una  capa  con tejidos que fueron encontrando de aquí y de allá, una blanca barba de algodón  y una corona  real forrada de telas y adornadas con galones  y botones dorados del uniforme de marina de mi padre. Completaba el equipo real el hermoso corcel que llevaría las “reales” posaderas...¡¡¡un burro!!! que no sé de donde lo sacaron.
                         Entre todos recogieron juguetes para niños y niñas ya usados, algunos nuevos, arreglaron y pintaron los que podían, compraron caramelos y chucherías, con más  entusiasmo y buenos deseos de hacer algo, que los escasos medios de que disponían.
http://img52.imageshack.us/img52/5386/image002b.png                        Y ¡por fin ¡ llegó el gran día. Al anochecer  se preparó toda la parafernalia  y así el  Rey Melchor con su cutre vestimenta, montando a pelo su hermoso jumento y un pequeño cortejo con  los ya mencionados, aumentado por mis  hermanas y alguna amigas mas, salieron a recorrer las calles del pueblo y   a su paso, a los niños que veían, les daban caramelos y si eran de los más desafortunados  económicamente hablando, le daban algún juguete de los que llevaban que no eran muchos. Durante el recorrido, el pobre burro, a tramos se paraba sin querer dar un paso  y a base de tirones,  subidas y bajadas del rey Mago y de algún que otro palo. el animalito reanudaba la marcha hasta una nueva parada en la que se negaba, cada vez más tozudamente,  a caminar. A trancas y barrancas subían por la calle La Cruz y a la altura de mi casa, ya un poco tarde, pararon y mi madre nos sacó  de la cama ,pues había que acostarse pronto, a  mi hermano “Panchín” y a mí, que era  pequeño, abriendo  la ventana para que viéramos al famoso Rey Melchor. Yo en brazos de mi madre miraba asustado el espectáculo, cuando ¡de pronto ¡el burro se puso a rebuznar  a la vez que defecaba gruesos “cagajones” mientras los acompañantes tiraban del ronzal para que caminara y el pobre animal, harto ya de tanto jaleo, empezó a dar coces mientras el Rey Mago se agarraba a donde podía hasta que el animal, coceando y  en una loca carrera, salió pitando calle arriba dejando a Melchor, tirado  en el suelo casi en La Torre, baldado  y maltrecho como Don quijote en su lucha contra los molinos. Mientras, todos se partían de risa y corrían detrás del burro sin alcanzarlo. Y yo asustado, lloraba desconsoladamente. 
                     
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  No sé si, en años futuros,  Los Reyes Magos  tuvieron la deferencia de aparecer por San Andrés  en alegre y dadivosa cabalgata, pero estoy seguro que Melchor se quedó en La  Muralla Grande a la entrada de la Rambla, esperando que volvieran  Gaspar y Baltasar,  porque aun  recordaría  su anterior accidentada visita que fue la primera vez que  Su Majestad se dignó visitar tan humilde  y entrañable pueblo.


                                                     L. Torti              Noche de Reyes 2010