sábado, 7 de mayo de 2011

El Castillo


          Desde el descubrimiento de las Indias Occidentales y su posterior conquista y explotación, era continua la presencia de barcos que recalaban en las Islas Canarias para abastecerse de aguas y víveres en los continuos viajes de ida y vuelta hacia América.
          Eran las ensenadas de la costa de Anaga, en la isla de Tenerife y particularmente en la playa que se extendía en la desembocadura de la confluencia de dos barrancos que forman los valles de ”Abicoré" e "Ibaute" (hoy El Cercado y Las Huerta), lugar preferente para los abastecimientos de las diferentes embarcaciones dada la abundancia de aguas  y su  excelente calidad, lo que permitía que aguantara sin corromperse, la larga duración de las, no menos largas, travesías.
          Más tarde, como consecuencia de la persecución a los barcos españoles, proveniente de América cargados de oro y otras riquezas, que se refugiaban en estas costas huyendo de los barcos piratas, al mismo tiempo, para disuadir a barcos enemigos de su aproximación a nuestras costas, se creó la necesidad de dotar de un sistema de protección al litoral canario, construyendo un  conjunto de fortificaciones menores, encargadas de una eficaz  defensa de nuestras isla.
          Tomada la decisión de crear la red de defensa costera, allá por el año 1607, ya se pensaba, para el valle del actual San Andrés, dotarlo con un castillo que defendiera su playa, complementando los fuertes de Paso Alto y San Miguel, cosa que de momento no se llevó a cabo, hasta transcurrido un siglo, en el que, por primera vez, hay constancia escrita de la presencia de una Torre o Castillo, de forma circular, en San Andrés.
           EL Castillo contaba con una dotación de 4 culebrinas, 3 cañones, 3 atacadores, 3 lanadas, un sacatrapos, 24 balas de cañón, un barril pequeño de pólvora, 2 cartuchos y una campana. Lógicamente también tenía una dotación de artilleros, suficientes para el mantenimiento del castillo y el uso y servicio de la defensa. Con la construcción del Castillo y su dotación, se consiguió eliminar la fama que tenia la playa del valle de San Andrés como “puerto de piratas.”           
          Posteriormente la reorganización de las milicias en 1771, el coronel Mazía Dávalos propuso una media compañía de artilleros milicianos, para San Andrés, que fue creada el 20 de noviembre de 1774. Estaba compuesta por el siguiente personal:1 subteniente, 1 sargento 1º, 1 sargento 2º, 1 tambor, 1 cabo 1º, 1 cabo 2º y 20 artilleros.
          Esta media compañía se reunía en la torre, los domingos por la tarde, para practicar los ejercicios correspondientes-
          La “Torre” o Castillo de San Andrés, sufrió a lo largo del tiempo diversos avatares, entre ellos varias destrucciones parciales como consecuencias de impetuosas riadas de los barrancos que confluían próximos a su desembocadura, orillando sus  gruesos muros. 
         Igualmente cambiaba la dotación, tanto militar como de pertrechos, según las necesidades de la época o diferentes mandos militares.          
        Participó el Castillo de  manera muy eficaz y valientemente en el rechazo de barcos piratas e intentos de invasiones por barcos enemigos.
         Tuvo una actuación destacada en 1797, cuando en un ataque a la isla por barcos ingleses mandados por el afamado Almirante Nelson. La Artillería que guarnecía el Castillo de San Andrés, mandada por el teniente José Feo de Armas y Betencourt, con 44 artilleros bajo su mando, acertó a dar a los barcos Emerald y Theseus, destrozándole la arboladura y aparejo.  El barco inglés "Rayo" se acercó a tierra y lanzó sobre el valle de San Andrés sus bombas, pero la acertada respuesta de la "Torre," hizo que el barco, casi se fuera a pique.
            El Castillo estuvo activo y con buen aspecto hasta que en el año 1878, una nueva y fuerte riada, volvió a dejarlo en estado de ruina.
           Un año después, fue cedido al pueblo de San Andrés a través de su entrega al alcalde.     
         A pesar de las varias riadas padecidas, nadie hizo nunca ningún sistema de contención que protegiera al amortizado, sufrido e histórico Castillo. Un 28 de octubre de 1898, tuvo que aguantar, una vez más, el fuerte envite de una nueva avenida de aguas torrenciales, dejando otra parte de su heroica estructura, en el lastimoso estado actual. Desde entonces cayó en un total abandono.  Por R. O. de 2 de enero de 1924 se declaró sin utilidad militar ni defensiva, entregándosela al ayuntamiento el 15 de enero de 1926.
           Por fortuna en 1949, meses antes de que yo abandonara el pueblo, se le declara Patrimonio Histórico Español.                          
          Pasaban los años y el derruido castillo, a trancas y barrancas, seguía manteniendo su descarnado desgarro a merced de las continuas “barrancadas” anuales y la desidia crónica de las autoridades. Entretanto servía de juego a los chiquillos del pueblo que lo disfrutaban trepando por sus derruidos muros y subiendo hasta la torreta. En más de un ocasión, mientras  jugábamos por entre los lienzos de paredes desgajadas, en momentos que subía la marea, saltábamos precipitadamente de sus piedras para acercarnos a la boca del cabezo intentando coger cientos de sardinitas pequeñas (le llamaban “charitas”)  que formando un gran “banco” nadaban cercanas a la playa y una fuerte ola  las sacaba de su  medio para dejarlas sobre los callados del barranco, y en una orgía de saltos, parecían dar vida a las dormidas piedras que el barranco acumulaba en su desembocadura. Los chiquillos nos abalanzábamos a coger a las escurridizas “charitas” sin percatarnos de la llegada de una nueva ola que nos empapaba la ropa, y a la vez, dejaba sobre las piedras, otro hervidero de los pequeños pececillos proporcionando, con suerte, una suculenta cena.
          Las más de las veces, el castillo tenía como utilidad, la función de ser un enorme retrete público de numerosos usuarios. Muy esporádicamente, servía de cárcel, para encerrar a algún borracho peleón y pendenciero, y en una ocasión, durante varios días, dió alojo a un hijo de la “Virocha”, que vivía en la casa de al lado del cafetín de Gregorio en la calle Belza. Despertó al pueblo con el escándalo de haber entrado por el tejado de la casa de don Antonio Marrero para robar, cosa insólita en el pueblo, en su tienda, situada en la calle Belza haciendo esquina a Sacramento,.
           A partir del momento de mi partida, desconozco lo que le aconteció al Castillo, aunque no es difícil suponer que continuaría con la misma dejadez y abandono conociendo el poco interés que siempre han tenido nuestras autoridades y pueblo por conservar sus legados histórico, cultural y paisajístico (salvo escasas excepciones).                
          Tuvo que perderse unos cuantos años entre dimes y diretes de proyectos, presupuestos, discrepancias y más y más papeleos hasta que, ¡por fin!  se decidieran hacer las obras correspondientes y con ellas, modernizar y salvaguardar al sufrido pueblo y al desgajado y benemérito Castillo, de las temidas bajadas de aguas torrenciales. 
        Hasta entonces, el Castillo era mudo testigo del paso obligado y único del barranco, cosa que se hacía pisando el propio lecho para cruzarlo, pero lógicamente, en los momentos de mayor intensidad de la corriente, era imposible pasar al otro lado, quedando toda la parte de Igueste, La Bateria, etc. totalmente aislado.
          Una vez las aguas bajaban de nivel, podía reanudarse el tráfico, entonces casi único, de los camiones que iban a Trajelarena”  (hoy  “Tras La Arena” que es más fino) a cargar arena  y áridos para las construcciones en Santa Cruz.
              Recuerdo que los chiquillos esperábamos el paso de estos camiones para “reguincharnos “en la parte trasera y cruzar el rio sin mojarte para ir al campo de fútbol o simplemente como juego. Luego lo esperábamos a la vuelta para regresar por el mismo método, cosa fácil de conseguir, pues los camiones de la época, eran muy lentos y por las circunstancias del camino, aun iban más despacio.
          Para los de a pie, se colocaban gruesas piedras, de las que la propia riada arrastraba y se colocaban, a modo de puente, teniendo que saltar, de una a  otra, hasta atravesar al otro lado de las aguas procurando no resbalar y caerte.                 
          Sobre la mitad de los años 80 se inició parte del encauzamiento del barranco del Cercado y a su vez se remodeló la zona del Castillo construyéndose un puente sobre el cauce del barranco para facilitar el paso hacia Igueste y Las Teresitas, a la vez que la salida al mar de las aguas de lluvias procedentes del Cercado y las Huertas. De paso se protegió “La Torre” de las posibles riadas, con un muro de piedra alrededor y de una valla de madera para protegerla de la invasión de niños y visitantes desaprensivos.
            ¡Al fin!  San Andrés hacía justicia a su entrañable derruido Castillo, adecentando su entorno y protegiéndolo de invasiones varias, presentándolo al mundo con la dignidad que siempre mereció, respetando su glorioso y accidentado pasado.    



 3  -  Marzo  -  2011
                          

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