domingo, 27 de febrero de 2011

Fiestas patronales

Ya se acercaban las fiestas de San Andrés y la comisión de festejos recorrían las casas, tiendas y bares donde podrían colaborar con algún dinero para subsanar los gastos  que ocasionarían el adorno de las calles,  velas y flores para adornar al Santo , banda de música,  los cohetes y ruedas de fuego y poco más. Aunque todo era muy modesto, una vez más por las penurias del momento,  se necesitaban fondos para poder cubrir  tan escasos  adornos.
                      Una manera de ayudar a la   escasa economía festera,  consistía en colaborar  haciendo colgaduras para adornar la plaza,  algunas calles, el baile en la Sociedad  y en el cine, etc.
                     En mi casa se reunían amigas y amigos de mis hermanas que entre todos compraban papel de seda de diversos colores y próximo ya los días para las fiestas patronales, cada tarde  venían  a recortar tiras de papel,  a una medida adecuada para hacer cadenetas, que se pegaban con un “engrudo” hecho de harina y agua,  formando largas ristras que se ponían a secar  colgadas, apoyándolas entre dos  respaldos de sillas. Allí colaborábamos todos y durante los días que duraba  la fabricación de las cadenetas se creaba un sano ambiente de risas, chistes, cantos, acabando casi siempre en  parranda.
                      En otras casas del pueblo se hacían la misma tarea diversificándose el tipo de adornos . En unas se hacían banderitas, en otras flecos , o lo que la imaginación y habilidad aconsejara. Cada uno llevaba los adornos  a la comisión de fiestas, disponiendo luego de ellas para según qué lugares.
                       De hecho solo se adornaba la plaza y los inicios de las calles que desembocaban en ella y si acaso, un poco más,  la calle Belza hasta la casa y tienda de don Antonio Marrero, pues no llegaban allí los puestos de rifas, turrones, baratijas, sorpresas, etc.
                      Por entonces, la plaza, estaba totalmente cubierta por las gruesas y pobladas ramas de cuatro hermosos y ancianos laureles de India (ficus microcarpia) de hoja pequeña perenne cuyos frutos, en forma de diminutos higos, lo usaban las niñas para hacerse pulseras y collares  y esas pulseras les servían para jugar al “teje”, en el pavimento único de todo el pueblo. Para acceder a la parte cementada había que salvar un escalón por la parte que daba a la calle del cine para salvar la suave pendiente de dicha calle, dejando a la plaza toralmente llana  y   solo llegaba hasta los bordes de los árboles,  todo el resto alrededor de la plaza hasta las viviendas que daban a ella, estaban empedradas de pulidos “callaos” de la playa, al igual que las  calles principales del pueblo.
                  De la pobre iluminación eléctrica  que gozaba el pueblo, la plaza era la mejor iluminada,  no recuerdo bien si con una sola lámpara o dos, que colgaban de unos alambres que a su vez se sujetaban a las cuatro esquinas.
                     La plaza  era el centro neurálgico de los actos de la fiesta. A su alrededor se instalaban los escasos puestos de turrones y  restos de tenderetes distribuidos en el lado  empedrado  que daba a la calle Belza, continuando por ella, más o menos, según el número de puestos que hubiera.
                  No venían muchos  y todos tenían una estructura muy sencilla y hasta pobre, como los tiempos que corrían. Sobre dos  caballetes de madera, se colocaba una bandeja de unos 2metros de larga y por delante, ocultando los caballetes, una tela blanca y como adorno, algunos ponían una colgadura de papel de seda en forma de flequillo . Pero lo importante para la chiquillería era lo que había sobre las bandejas, sobre todo la de turrones para los “chuchones” como yo.  Una buena parte de las escasas perras que tenia   eran para los turroneros. Me “privaba” comer aquellos turrones, redondos en forma de galletas, de almendra molida con miel, ( con mas gofio que almendras), cubierto por las dos caras con una oblea  y una cinta de color alrededor. Las había de varios tamaños y precio, desde una “perra gorda” , hasta una peseta. Las de un duro( 5 ptas.), eran  ya familiar.  También traían gruesos tacos de turrón, tipo Alicante, de almendra y maní, con mas maníses que almendras  y los de almendra solo, eran prohibitivos. ¿Y las rapaduras palmeras? …¡¡ UUUMMMM. Cosa rica!!
            Otro de los puestos que no le faltaban clientes, eran las ruletas con premios.. La ruleta era muy primitiva.  Consistía en una rueda con unos clavos alrededor, dejando unas separaciones, donde se ponían los posibles regalos que te correspondería, cuando la aguja central se parara después de un impulso que el jugador le daba, previo pago   a la tirada. No todos los espacios  entre los clavos tenían premios,  pero estaban dispuestos equitativamente de forma, que era bastante factible, con suerte, caer en alguna casilla con regalo, claro que estos  eran  muy sencillos,  de  manera  que,   por el precio de la tirada y las casillas vacías, el  feriante, siempre salía ganando. No obstante, te daba una gran alegría cuando caías en algún premio, que no iba más allá de una pequeña pelota hecha de  trozos de piel fina, rellena de serrín, con un trozo de fino cordón  elástico  para botarla como un yo-yó  y pegarle, no más de cuatro pelotazos a  los amigos,  porque se  le salía el serrín pronto, al abrirse las costuras.
                   Otros regalos podían ser paquetes de cigarros “Oval Lucha “ normal y fuerte, un tarrito de colonia barata, alguna figurita decorativa  de gusto dudoso  …etc. y unos canutos de  unos 12 ctms.  envueltos en llamativos papeles de seda de diversos colores  con los extremos en forma de abanico. Dentro de los canutos iba oculto un regalo y todo ello constituía la… ¡sorpresa!.
                 Las “sorpresas” eran las más apetecibles, no solo por la incertidumbre de ¿qué tendrá?, sino porque, generalmente, solía contener un regalo más aceptable para los críos: petardos, los mixtos de  pólvora para rascar en el suelo, pito de madera, matasuegra, un reloj de chapa  con apariencia de verdad, pero solo tenía la apariencia, con una correa de elástico y  para cambiar la hora, tenias que hacerlo a mano girando la ruedecilla de dar cuerda, vamos, ¡un Rolex!.
                Particularmente a mí, el que más me gustaba, era un monito en actitud de escalar a lo largo de una cuerda  que mantenías en tensión. Sin ningún tipo de mecanismo, con un gracioso movimiento convulsivo, iba escalando la cuerda  tensada  mantenida con las dos manos, hasta lo más alto. Luego invertías la posición de la cuerda y  con la misma cadencia, el mico bajaba  de nuevo a la posición inicial, volviendo a reiniciar el ciclo tantas veces como quisieras. Era un sistema muy simple, sin ningún artilugio y  muy original. Lo que le hacía subir y bajar con el gracioso contoneo, era como estaba colocaba la cuerda a través de unos alambres en forma de anillas incorporados en el cuerpo del mono. Este sencillo  y primitivo juguete lo he buscado muchas veces y no he tenido la suerte de encontrarlo, ni siquiera por Internet.
                Para las chicas, el puesto más interesante  era uno que tenia  pulseras,  collares, pendientes y otros productos de tipo femenino y sobre todo,  había una zona  muy típica  y solicitada que ocupaba buena parte de la bandeja. Esa zona especial estaba cubierta por una capa de abundante serrín donde se hallaban enterrados gran cantidad de anillos de bisutería barata con variados modelos y medidas, tanto para  chicas como para  hombres. Entre el serrín rebuscabas una y otra vez hasta encontrar el modelo que te gustaba, pero lo difícil venia después,… conseguir la medida que se adaptara a tu dedo. Durante  unos días, el anillo conservaba un aspecto aceptable, pero a partir del cuarto o quinto día, dejaba ver su armazón de hierro, cobre  u  hojalata  y el óxido comenzaba a ganar espacio en tan débiles metales. Como es lógico,  la calidad estaba en consonancia con lo que se pagaba por ello, pero era un  relativo barato sucedáneo cuando no se podía tener uno de oro y ni siquiera de plata. Visto desde la perspectiva actual de tanta abundancia ¡Que tristeza la precariedad de aquellos años!¡Con poco nos conformábamos y nos sentíamos  felices!
             Complementando a los  puestos fijos,  deambulaban por el pueblo, según a donde se movían los pocos actos que se celebraban, cine, fútbol y baile, un par de vendedores ambulantes que cargaban ellos mismos su golosa mercancía. Uno era el barquillero con su cilíndrico  almacén de crujientes,  gustosos y aromáticos barquillos de canela.
             El recipiente que servía de contenedor para los barquillos, iba cerrado por una tapa rematada por una rueda que hacia las funciones de ruleta donde, por unas monedas, la hacías girar hasta pararse la aguja central en  algún número de la esfera graduada del 1 al 10  distribuidos de forma que, un número alto, estaba protegido por otros de bajo valor,  evitando así, premios  substanciosos. Este era un método de juego y el otro era, que siempre obtenías  el premio de un barquillo en cada tirada, menos cuando caías en el clavo, perdiendo entonces todo lo que habías ganado. A veces por la ambición de ganar más barquillos para repartir con los amigos, nos quedábamos todos sin ninguno porque, en algún momento, te daba “en el clavo.”                                                                                                                                                                                      
            
            De vez en cuando, algún domingo,  más frecuentemente en primavera y verano, se dejaba ver por San Andrés un señor con una chaquetilla blanca, una gorra del mismo color y una” garrafa”  cilíndrica colgada al hombro que, con voz  potente y clara, echaba a los cuatro vientos un refrescante y sabroso pregón: ---¡ ¡Al rico helado vaticano!!--- Lo de” vaticano”, nunca entendí su significado pero creo que  el heladero  quería darle un toque de “calidad” a su deliciosa mercancía.
                La garrafa portadora del cremoso helado era exteriormente de corcho y en su interior, llevaba otro cilindro concéntrico metálico  lleno del “rico helado” El espacio entre ambos cilindros, estaba relleno de gruesos trozos de hielo que mantenía la textura y frescor de la crema helada. Adosada en la parte externa del cilindro de corcho, llevaba una cajita metálica con las galletas de barquillo rectangulares  adaptables al molde.
                         Cuando ibas a comprar un helado, jamás te decía:--- ¿De qué lo quieres? ---   sino ,---¿De cuánto lo quieres? Porque solo había un sabor…. ¡Vainilla!. Lo podías pedir de un real, que solo tenía prácticamente las  galletas con una finísima capita de helado; “media peseta”, con cantidad solo para cogerle el sabor; una peseta, que cuando ya le ibas cogiendo el gusto al helado te quedaban dos lametones más;”medio  duro”, lo que hoy seria una bola ,  y un duro,…. ¡¡un empacho!!
                     Los utensilios para servir el helado consistían  en una paleta de forma redonda  metálica  con la que raspaba la superficie de la masa cremosa con la intensidad adecuada  para sacar la cantidad necesaria y rellenar el molde  según el precio solicitado. Y un molde, que era del mismo material que la paleta (alpaca),  algo más grande de grosor y tamaño a las actuales cajas de cerillas. cuya base interior estaba adherida a un muelle que subía y bajaba dentro del mango  que lo sostenía, con la finalidad de ajustar el grosor del helado según lo que pagaras. En la base, se colocaba una galleta de barquillo rectangular ajustada al molde, se   cubría del “rico helado….” con la  medida adecuada por lo que habías pagado, pero nunca acababa del mismo grosor porque, con mas malicia que habilidad, a medida que iba echando la capa de helado, muy sutilmente, subía también el muelle que accionaba la base del molde restándole cantidad final comestible. Se remataba la superficie con otra galleta barquillo quedando un bocadillo de vainilla dulce y fresco. Por entonces se ve que no se habían inventado los cucuruchos.
                   El modesto heladero con su bagaje de garrafa heladora, molde, paleta y barquillos, también aparecía durante las fiestas de San Andrés con su  voz clara y potente anunciando su presencia . …¡¡Al rico helado vaticano!!, ¡¡ Hay mantecado!!
                  

                                                                                                   Continuará……

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