sábado, 18 de junio de 2011

SAN ANDRÉS y EL CIRCO


A la memoria de los hermanos Baldeón, en especial a Bernardo, mi amigo q. e .p. d.

 

Lo mismo que las golondrinas vienen cada primavera, en San Andrés venía el modesto circo cada verano. No traían carpa, todo se hacía al aire libre, era muy modesto en todo, pero traían una “troupe” de excelentes artistas que ponían todo al alma y una gran carga de ilusión, humor y fantasía en sus actuaciones llenando por unos días, las plácidas noches de verano de una diversión y alegría, tanto a la chiquillería como al resto de la gente del pueblo que pocos motivos tenía de distracciones y divertimientos.
         Era un circo algo especial para nuestro pueblo, era un circo muy entrañable, era… ¡cómo lo diría!…era nuestro circo. No podía ser de otra manera porque los artistas más sobresalientes eran hijos de San Andrés, vivían a nuestro lado, iban al colegio con todos y jugábamos en la calle cuando no estaban de “tourné.”
          Cuando se quitaban sus pinturas de payasos o sus brillantes vestidos de  colorines y lentejuelas se entremezclaban con todos como si no hubieran hecho nada importante, sin embargo, esas noches, nos habían llenado el alma de alegría y fantasía haciéndonos reir con sus parodias, poniéndonos un nudo en la garganta con los difíciles equilibrios en el alambre o con la gracia de los perritos bailarines.
           Desconozco de donde les venia la tradición circense a los hermanos Baldeón pero de los tres hermanos que vivian en San Andrés, al menos los dos que yo conocí, pertenecían al maravilloso mundo del circo, Quiero pensar que la larga estancia del Circo Segura en nuestro pueblo, despertó su afición o ya venían incorporados  entre sus  empleados y al  instalarse en San Andrés, cuando se fueron ellos decidieron quedarse y crear su propia compañía  pues ya tenían una familia fundada  con chicas de San Andrés.
          José era uno de los hermanos Baldeón, estaba casado con Emilia hija de Lucia Morales y tenían dos hijos, Aguedita (que por poco me mata jugando) y mi buen amigo Pepito, ninguno trabajaba en el circo. Vivian en la primera casa de la calle Guillén subiendo para la plaza a mano izquierda, haciendo pared con la de Carmen Vivas que era la última de la calle La Cruz.
          Otro de los hermanos se llamabaSantiago, tenía dos hijos, el mayor era de mi edad Antoñito, y el pequeño, no recuerdo su nombre. Junto con su primo Pepe formaba parte de la pandilla de La Torre y todos éramos íntimos amigos. Vivian en la primera casa que salía de La Torre hacia la Plazoleta formando la calle actual de San José. Justo en el llano que entonces existía al lado de la casa y la Muralla, estuvo instalada la carpa del Circo Segura donde hizo sus primeros equilibrios la después famosa trapecista, Pinito del Oro.
          Por último, el tercero de los Baldeón se llamaba Antonio y era el padre de Antonio, Benardo y Marcelo. Vivian en la calle Sacramento a 25m de mi casa, al lado de Manuel Brito, en aquellos años era juez de paz del pueblo y a un par de casas antes de llegar al consultorio de don Pepe el practicante.
          Santiago y Antonio eran los verdaderos artistas del circo, ellos formaban la pareja de payasos “los hermanos Toni” y eran los promotores del grupo que recorría la isla con su espectáculo circense.
          De todos los hijos de los Baldeón solo Bernardo se dedicó a él.
           Mientras que Antonio era más amigo de mi hermano por edad, Bernardito y yo éramos muy amigos, y teníamos los mismos años. Todos íbamos a la Escuela de Orientación Marítima, aunque Bernardo, cuando salía de gira con el circo, lógicamente no acudía a clase. Marcelo en aquellos años era muy pequeño y para jugar con nosotros, más bien, era un estorbo.
           Por las tardes, en la acera de la casa de “seño” Luis y “seña” Gumersinda nos poníamos a jugar con las “pipas” de los albaricoques. Teníamos dos métodos de juego: Apoyada en la pared, colocábamos un hueso de albaricoque del tamaño más pequeño que podías para dificultar al máximo el acertarle cuando tirabas las pipas. El juego consistía en, desde una distancia predeterminada, por turnos, se lanzaba una pipa para darle a la de la pared y si no acertabas, se quedaban en el suelo y así se iban amontonando. Cuando ya había un buen número de ellas porque no se le había atinado a ninguna, sacabas una pipa, la más grande que tuvieras, la llamábamos “bombuca,” aumentando las probabilidades de darle a cualquiera de las pipas que ya estuvieran en el suelo. Cuando eso ocurría, el afortunado jugador, se llevaba todas las pipas que hubiera y así, una y otra vez, con lo que podías acabar sin ninguna o con un buen puñado de ellas que guardabas en una bolsita que te había hecho tu madre. 
            El otro modo de juego consistía en restregar un hueso de buen tamaño con alguna piedra rasposa por ambas partes, de forma que la pared de la dura cáscara
se adelgazara para facilitar agujerear el hueso, pasarle una cuerda de unos 30cms,  dejándolo atado formando un péndulo. Una vez preparado el péndulo golpeador se extendía sobre un círculo en el suelo de la acera, un número determinado de pipas y por sorteo, empezaba a dar vuelta a la pipa con la cuerda de manera que golpeara a las que estaban dentro del círculo para intentar sacarlas de él. Todas aquellas que consiguieras sacar, serian de su propiedad. Como condición para dejar de sacar pipas, dándole la vez al siguiente, era que, la pipa de la cuerda no debía rozar el suelo, ni tampoco dar a dos que estuvieran muy juntas.
          Otras veces jugábamos a los “boliches”, para ello, entre los huecos del empedrado de la calle, hacíamos un “gongo” (hoyo donde había que introducir el “boliche”) respetando unas reglas de juego muy conocidas que no voy a explicar. 

          El lateral del Castillo que daba a la calle la Arena y la de doña Chana servía de resguardo  donde se montaba el circo abarcando una buena parte de la amplia explanada que existía entre el muro del Castillo y las primeras o últimas casas, según se mire, de ambas calles.
          Nadie sabía con exactitud cuando había circo, pero un buen día se atisbaban preparativos en las cercanías del Castillo e inmediatamente se corría la voz por todo el pueblo. El día de la función, a media tarde, de todas la calles, como hormigas acarreando granos al hormiguero, se veían chicos y grandes con sillas de sus casas en la cabeza que se dirigían hacia la explanada del castillo para, poco a poco, ir formando un círculo a medida que se iban colocando las sillas, banquetas y grandes piedras que los vecinos acarreaban del barranco para asientos, dejando  algún chico guardando el sitio y coger los mejores puestos para ver cómodamente sentados la función.
           Esa noche cenabas un poco antes y más rápido que de costumbre para salir corriendo a coger un buen lugar donde no te perdieras ningún movimiento. De todas las calles bajaban gentes en grupos, algunas con sillas y hasta escaleras, todos con gran algarabía y bullicio pues era un acontecimiento, sobre todo para la gente menuda. Cuando llegabas al Castillo, ya había gente sentada o guardando espacio para los que vendrían después hasta llenar buena parte de la explanada.
           El espacio central donde actuarían los artistas, estaba bien iluminado quedando, salvo las primeras filas, el resto del público, sumido en una suave e intima penumbra. Un poco retrasado del centro de la “pista” estaba situada la estructura donde el equilibrista hará sus ejercicios, formada por dos trípodes entre los cuales se extendía un cordón de acero con un grosor aproximado de 2cms. tensado y fijado los extremos a unos anclajes en el suelo. Sobre los dos extremos del alambre tensado y como remate del trípode, había una pequeña plataforma sobre la cual, el artista, hacia cortos descansos cada vez que ejecutaba algunos ejercicios de equilibrio. Otras plataformas y utensilios se repartían a sus lados para ser utilizados en los distintos números que se sucederían durante el espectáculo.
          La mayoría de las actuaciones eran ejecutadas por los Baldeón, aunque a decir verdad, tampoco no recuerdo que hubiera muchas y serán de ellas y alguna otra que más impresión dejaron en mi memoria, de las que hablaré.
         Antonio y Santiago Baldeón, formaban el dúo de divertidos payasos llamados “Los Hermanos Toni” o “Los Toni” a secas, ellos eran el alma del circo. No recuerdo quien hacía de payaso “clown” y quien de “augusto.”
          La diferencia entre uno y otro consiste en que el clown lleva la cara pintada de blanco, enmarcando cejas y labios, un gorro en forma de cucurucho y el traje muy elegante con bordados, más o menos profusos, de lentejuelas de colores. Suele ser el serio del grupo y el que se las da de más listo.
          El augusto, al contrario, suele ir vestido de forma estrafalaria con pantalones o muy anchos o muy estrechos y casi siempre con tirantes y como si fueran de su hermano menor porque siempre le quedan cortos, dejando ver unos calcetines de rayas multicolores. Suele llevar la chaqueta muy grande, generalmente de grandes cuadros, unos enormes zapatones, peluca aparatosa y rubia, a veces, con un ridículo sombrero y destacando en su rostro, una enorme y redonda nariz roja.
Foto: José Miguel Iribarren es POPI  En cuanto a su comportamiento, es el tonto, tropieza con todo, es ingenuo, sin embargo es mordaz, se niega a hacer lo que le mandan, aparenta no enterarse de nada pero es inteligente y sobre todo es el que recibe todas las tortas y golpes. Es el más gracioso y al final siempre engaña al clown.           
          Con la aparición de “los Hermanos Toni,” encabezando un desfile alrededor del círculo de la pista con todos los artista que formaban parte del espectáculo, al compás del alegre pasodoble “España Cañí” tocado por el acordeón y saxo de los dos payasos, que no serian tales, si no fueran también buenos músicos y tocar varios instrumentos, se iniciaba la función de forma tan alegre festiva, acompañados por el acompasado “palmeteo“ de todos los asistentes.  
          Tras el desfile, se anunciaba la actuación del primer artista y sucesivamente  se repetía con cada nuevo actuante con la explicación de lo que ejecutaría y la exaltación del artista que lo haría:--<“Después de la magnífica actuación del maravilloso malabarista X, tengo el placer de presentarles al gran mago mentalista..¡¡Profesor Losettó!! (los payasos Baldeón).
           Este era un sketch de los que más gustaba a la gente, le decían que era “transmisión de pensamiento”. Uno de los payasos con los ojos vendados, trataba de adivinar, con no más de tres preguntas haciendo un gracioso juego de palabras con alusiones indirectas, ingenio y humor, iba indicando al ayudante algún objeto que alguien del público le había entregado. Ejemplo: <“A ver profesor Losettó. Este objeto es para sras y puede ser de distintos colores, los hay más cortos y más largos y si lo llevan al cuello no se lo pueden…¡“callar”! >…¡Siempre acertaba!
           La actuación de Bernardito era de lo que más me gustaba, no solo por la dificultad del ejercicio sino que, al ser mi amigo, me sentía con cierto orgullo y presunción ante otros chiquillos.
           Su primera intervención la ejecutaba sobre el “rulo.”Para ello se subía en una plataforma a unos 1,50m. de alto donde había un cilindro de unos 20cms.de diámetro y encima una tabla de unos 80x30 cm. aproximadamente.
          Bernardo no tenía más de 9-10 años y ya era un estupendo equilibrista. Vestía un pantalón de raso verde césped, una camisa blanca con el cuello que se alargaba hasta medio pecho pero con volantes y sobre todo, tenía unas mangas largas anchas, pero muy ajustada en el puño, dándole a la manga un ancho vuelo como las camisas de los espadachines del siglo XVIII. Remataba la vestimenta un corto chaleco del mismo tejido y color que el pantalón, con las alas redondeadas, un bordado de lentejuelas en cada lado y abrochado con cinco botones.
            Subido en la tabla, daba unos balanceos con energía y comenzaba una serie de ejercicios: desde irse quitando el chaleco, con un aro pasándolo desde los pies a sacarlo por la cabeza, el mismo aro empezando a pasarlo desde atrás agachado hasta sacarlo por la cabeza, colocarse con una o las dos rodillas sobre la tabla, etc. todo ello con el rulo en movimiento y sin perder el equilibrio. Cada final de ejercicio era premiado por fuertes aplausos.
          El final era ¡más difícil todavía! Recoger con la boca un pañuelo colocado en el borde de la tabla. Acompañado del dramático repiqueteo de un tambor, Bernardo sabía darle emoción simulando como que se iba a caer, haciendo mover el rulo con mucha rapidez y con los brazos en movimiento convulsivo, aunque totalmente dominando la situación. Eso enaltecía al público poniéndolo en tensión, explotando en fuertes aplausos cuando ¡al fin! conseguía coger el pañuelo con la boca.
          Había una actuación que era muy entrañable y hacia las delicias de chicos y grandes. Se trataba de un matrimonio con cuatro o cinco perritos entre caniches y perros sin “pedigree,” pero muy inteligentes. Dos de ellos eran bailarines; la perrita llevaba un vestido con una falda parecida al de las bailarinas de ballet y un pequeño sombrerito al estilo canario, y el machito llevaba unos pantalones. Al compás de la música del acordeón y saxo de los payasos, bailaban abrazados, un vals. Apoyando solamente las patas traseras giraban, juntos y por separados, entre los aplausos del “respetable”.
          Mientras unos intervenían en la actuación, los otros esperaban su turno pacientemente hasta que, a una señal del amo, acudían para participar saltando aros, subir una escalera haciendo el pino con las patas traseras, para después bajar, esta vez,   sobre las dos patas delanteras, entrelazarse entre las piernas del amo mientras caminaba, dispararle con pistola de mistos y hacerse el muerto y otra muchas habilidades, algunas de ellas tan simpáticas, que producía la risas de los espectadores y una gran ovación final.
            A mitad de la función, se hacia un descanso, ocasión que se aprovechaba para hacer una rifa y pasar el sombrero donde echar unas monedas, de forma voluntaria, para obtener el beneficio de los artistas, ya que no se pagaba entrada. Todo el mundo echaba algo según sus posibilidades, de forma que, entre la recolecta y la rifa, solían recoger lo suficiente para cubrir los gasto y repartirse unas pesetas. Participaban prácticamente todos los componentes del circo, unos vendiendo las papeletas y los otros pasando la “gorra”.
            Mientras todo eso ocurría, buena parte de los espectadores aprovechaban para ir hacer sus necesidades fisiológicas y para ello había tres hermosos retretes; el barranco, el muro de la playa y el más lujoso de los tres, los venerables muros y recito del Castillo.
          Cuando ya todo el mundo estaba de nuevo en su sitio, Antonio Baldeón gritaba:<¡Quedan 20 último números. ¿Quién los quiere? A ver,allí pide uno cinco. ¡Venga señores, que ya acabamos!
          Ya todas las papeletas vendidas, con una bolsa de tela donde estaban todos los números de la rifa en bolas de lotería, Antonio se acercaba a un sector del público ofreciendo la boca de la bolsa mientras decía:
Un momento por favor
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<”Una mano inocente que saque una bola”>.Un montón de manos infantiles luchaban por sacar la bola de la suerte, consiguiéndolo la mano, si no la más inocente, si la más rápida.
         --- ¡¡El 97!!—Todo el mundo miraba sus números con la ilusión de ser el afortunado y entre el murmullo de los desconsolados perdedores, la voz y una mano levantada entre el público, ponía al descubierto al feliz ganador de la rifa. No recuerdo bien cuál era el premio, pero me suena que casi siempre era una vajilla o una batería de cocina esmaltada color teja con el interior azulado.
          Pasado el descanso y el bullicio del sorteo, se reanudaba el espectáculo siguiendo el ritual y ritmo de la primera parte, volviendo a actuar los mismos artistas, pero en otros números diferentes. De ellos, destaco dos que eran los que más gustaban, al menos a mí.
          La segunda intervención de Bernardito acontecía en la estructura montada antes de iniciarse la actividad circense, como he explicado anteriormente, donde ejecutaban los equilibristas o funambulistas, sus difíciles equilibrios jugando con   mantenerse erguidos sin caerse de un delgado alambre tensado.
           Bernardo, con su corta edad, se paseaba sobre el alambre hacia adelante y atrás como si en sus delgadas zapatillas llevara una hendidura donde el cable se ajustara como las ruedas del tren a las vías. Su menudo y frágil cuerpo infantil se balanceaba sobre el alambre ayudado solamente por el contrapeso de sus brazos. Parecía que iba a volar con su camisa de anchas mangas, que tanto me gustaba, dando la sensación que una suave brisa sería capaz de hacerle caer.
          Siendo muy iguales a los ejercicios que ejecutaba en “el rulo”, en esta ocasión, tenían más dificultad por la precaria superficie de apoyo, añadiéndole el movimiento producido por las vibraciones del cable tensado cuando saltaba o se deslizaba rápidamente a lo largo de él.
          Era especialmente emocionante verle saltar a la comba apoyado sobre los dos o un solo pie al aire, con la precisión y seguridad como si estuviera en el suelo. O cuando se ponía con una sola rodilla para, poco a poco, cambiar de postura hasta quedar tendido a lo largo del alambre con un pie colgando. No sé que era más difícil, si llegar a esa posición, o tratar de volver a erguirse de nuevo.
          Como colofón a su brillante y arriesgada actuación Bernardo, repetía el ¡más difícil todavía! de recoger el pañuelo con la boca que colgaba a ambos lados del alambre. Salió con paso decidido desde el descansillo yendo de un extremo al otro del cable un par de veces hasta pararse en medio del trayecto. Su padre colocó un fino pañuelo de seda blanco sobre el tenso cordón de acero. El redoble intenso del tambor creaba una atmósfera de tensión y expectación sobre el silencio sepulcral de los asistentes. Bernardo bajaba lentamente hasta colocar una rodilla en el cable. Durante unos segundos se tambaleó, consiguiendo estabilizarse ayudado por sus brazos puestos en cruz. Frente a él, el pañuelo parecía desafiarle con un suave vaivén. En un rápido movimiento de cintura, Bernardo se agachó hacia el pañuelo dispuesto a hacerse con él con la boca, cuando un ¡¡¡AAAHHH!!! de terror salió de las cientos de gargantas que vieron como Bernardito caía al suelo amortiguado por los brazos de su padre, que no se  apartaba del lugar, pendiente de los equilibrios del chico.
          Con un cariñoso aplauso de comprensión, Bernardo se recompuso y volvió de nuevo al alambre con rabia y dispuesto a demostrar que lo podía hacer con éxito. Con una facilidad pasmosa recorrió la línea de un extremo al otro y de nuevo se centraba a unos pasos del pañuelo que nuevamente su padre había colocado. El tambor redoblaba aún con más dramatismo, si cabe, entre un silencio que se mascaba, manteniendo un tono suave, mientras, el pequeño pero gran artista, inició la bajada hasta ponerse de rodilla balanceándose más de lo normal, poniendo un nudo en la garganta primero y un suspiro de alivio después, cuando quedó estabilizado. En ese punto de concentración, el tambor redoblaba con ímpetu aumentando su sonido. Poco a poco el pequeño torso de Bernardo se inclinaba tembloroso aleteando sus brazos mientras su boca se acercaba, lenta pero inexorablemente al pañuelo, hasta casi tocarlo, dándole al momento una excitante emoción. ¡De pronto!, con un último esfuerzo, en un fugaz instante, se hizo con el pañuelo mientras el cable se movía violentamente comprometiendo el feliz momento. Un estruendoso y largo aplauso desahogaba la gran tensión acumulada en los espectadores mientras el gran equilibrista, con el pañuelo entre los dientes se ponía en pie como si tal cosa y recorría el alambre rápidamente hasta la plataforma de descanso saludando satisfecho. En el centro de la pista recibió el merecido premio del aplauso, y si cada vez que acababa un ejercicio era muy aplaudido, en esta ocasión, fue apoteósica.
          Estoy seguro que mi buen amigo Bernardo consiguió ser un reconocido  equilibrista en las pistas de los mejores circos del mundo. Le recuerdo con mucha admiración y cariño.
          El segundo sketch de “Los Toni” no lo recuerdo muy bien, pero sí que era muy gracioso y hacia las delicias de chicos y grandes.
           Antonio y Santiago Baldeón en sus papeles de payasos “clown” y “augusto” mantenían un cómico diálogo en el que el augusto se equivocaba, pronunciaba palabras al revés,  cambiaba letras  o decía alguna tontería recibiendo frecuentes y sonoros “cachetones” que producía las constantes  risas del público.
             Después de un rato de dimes y diretes, caídas, carreras, tortazos, uno de ellos(el clown) tenía que escribir una carta, por lo que se sentaba ante una mesa, sobre la que había papel, tintero con una pluma (entonces no había bolígrafos) y un trozo de vela que al sentarse a escribir la encendía.
             La zona donde estaba situada la mesa quedaba en penumbra, destacando la vela encendida. El payaso “listo,” sentado en una silla, empezaba la carta diciendo en voz alta lo que escribiría. Cuando se inclinaba sobre el papel, aparecía el payaso “augusto” que él no veía pero el público si, y le cambiaba el tintero de lugar. El payaso cuando iba a mojar la pluma, lo hacía al aire porque no se enteraba del cambio. Hacía gestos de sorpresa la primera ocasión, pero se repetía cada vez que se inclinaba sobre el papel, y no solo cambiaba de lugar el tintero, sino también, movía la vela. Las muecas de extrañezas se convertían, por el miedo que sentía creyendo que había fantasmas, en exagerados espavientos, creando situaciones muy cómicas que eran coreadas por fuertes carcajadas de los asistentes.
             El clown escritor, tratando de averiguar qué pasaba, comprende la broma  y se pone al acecho en espera del próximo cambio, que coincide con la vela. De forma muy evidente, suelta una frase alusiva de que está a punto de pillarlo. Se inclina simulando que escribe, esperando se acerque para hacer el cambio y cuando el payaso “fantasma” coge la vela, se vuelve el “listo“para zumbarle. El  “tonto”, nunca mejor dicho, para disimular que no la cogió, se mete la vela en la boca y se la traga, saliendo corriendo alrededor de la pista con el otro detrás, con una palmeta, dispuesto a darle una “polvasa”. Pero lo más gracioso era que el tonto, al tragarse la vela huyendo de la paliza, se “caga,” llevando la vela encendida en el fondillo del pantalón, dando varias vueltas a la pista para que el público la viera mientras  se partía de risa y aplaudía a rabiar.
           Ya acabadas todas las actuaciones, Antonio y Santiago Baldeón, cada uno con un instrumento musical, saxo y acordeón, se dirigían a los asistentes más o menos con estas palabras: ---“Querido público: Gracias por vuestra presencia. Esperando hayan pasado una feliz velada, y como final de nuestra actuación, nos despedimos de todos, hasta el año que viene, con la interpretación del alegre pasodoble “En er mundo”. Gracias…. ¡¡Va por ustedes!!”---
           “Los Toni” hacían una magnífica interpretación del conocido y popular pasodoble que, en los momentos de la melodía donde el saxo tenía un  “solo” de la parte más flamenca de la partitura, lo coreaba todo el público con un sonoro ¡OLÉ! acompañando de palmas acompasadas, el resto de la pieza, y rematando el final con fuertes aplausos para todo el elenco de artistas.                             
Enlace:  http://www.youtube.com/watch?v=Zvamk4uB7Qg
             Era un efecto muy familiar y entrañable ver algunas madres con sus niños pequeños dormidos entre sus brazos por no haber resistido el sueño, como familias y vecinos, recogían sus sillas, banquetas o cualquier otro utensilio válido, y con ellos a la cabeza o como se podía, se dispersaban por la distintas calles del pueblo, cada cual a su casa, comentando y saboreando todas las emociones y momentos felices de una espléndida noche.      
          
   Un momento por favor 
                                      L. Torti       Junio  7   -2011