viernes, 14 de marzo de 2014

Historias de la calle La Cruz

Yo era muy pequeño, no tendría apenas unos ocho-nueve años y el entorno de mi casa de la calle La Cruz era el lugar habitual de mis correrías y juegos.
            Lo mas lejos que te distanciabas por entonces, se limitaba a La Torre, la Plaza de la Iglesia, el trozo se la Muralla que comprendía desde el Castillo, Cabezo y campo de fútbol hasta el puente de Taganana, y como mucho, a las primeras huertas del barranco del Cercado. Por la parte del barranco de lo que hoy se dice Las Huertas y antes  por el Cascajo, los límites de  juego se extendía hasta el pozo Pilario, o poco más( por aquellos años aún contenía  bastante agua ),aunque siempre lo oí nombrar como  “Poncio  o pozo Pilato”, tal vez por la  semejanza del nombre con el del personaje del Evangelio de las clases de religión.
           Todo estaba tan cercano, seguro y tranquilo que salirse un poco de esos límites, impuestos por nosotros mismos, constituía para la chiquillería  una verdadera aventura. Pero a medida que crecías, se iban ampliando los confines de nuestras incursiones.
           La calle La Cruz en toda su extensión junto con Sacramento y La Torre, eran las más transitadas por mi, bien para hacer los mandados, ir al colegio o jugar y los amigos más usuales éramos de esa misma zona, aunque nos relacionábamos con el resto de los niños de otras partes del pueblo identificándonos por según la zona  en que vivíamos. Así formábamos, más o menos, lo que seria “la pandilla “ de La Torre (desde la placita de La Cruz, Sacramento, Guillen, la Torre y San José hasta la Plazoleta); la Villa Arriba ( Plazoleta, puente de Taganana, calle la Sombra); la Villa Abajo, (calle  La Arena , el Murito, la actual Dña. Chana y el Molino ) y el Cabo, que era “rancho” aparte y bien definido.
           Después de venir del colegio y merendar ( recuerdo con deleite que me gustaba, especialmente, una pella de gofio amasado con leche y azúcar  y un trozo de queso fresco  de Igueste  o de Almáciga),el destino siguiente era salir a jugar a la puerta de mi casa  y si no encontraba algún amigo con quien jugar, me iba a la Torre o a la plaza de la iglesia y seguro que allí siempre habría alguno y el resto iban acudiendo paulatinamente hasta juntarnos los habituales que formábamos el grupo de la Torre decidiendo, sobre todo los mayores, el juego de aquella tarde dependiendo no se sabe  de cual circunstancia. Teníamos tanta variedad de juegos que no había oportunidad de aburrirse.
         La calle la Cruz y en general todas las del pueblo, eran calles en días normales donde se gozaba de bastante tranquilidad y poco trasiego de vecinos, prácticamente todo se limitaba en salir por las mañanas a comprar las cuatro cosas en las pocas tiendas que existían y el resto limpiar las casa y  en las tardes según la época del año o la bondad del tiempo, las tardes se animaba con el bullicio de los chiquillos que jugábamos en su empedrado mientras algunas vecinas  cosían en las puertas de sus respectivas casas o charlaban  animadamente  viendo las escasas personas que de tanto en tanto  bajaban o subían por nuestra calle.
            Caso aparte eran las parejas de  novios que generalmente iban a “enamorar” a la puerta de la casa de la novia o salían a pasear Rambla arriba, Rambla abajo, generalmente acompañados por alguna hermana o hermano mas pequeño, cuya misión era  de vigilante,  por el  que recibía el nombre  de “carabina”. Pero esa vigilancia era relativa, ya que lo normal era quedarte jugando en un lugar, más o menos próximo, mientras la pareja deambulaba de un lado a otro y desapareciendo, durante un bien rato, alejándose de , por la via sur, hacia la Muralla Grande  o por la vía norte, hacia la carretera de Taganana no mas allá de la  fuente Pilario , si querían tener un poco de intimidad para darse un “achuchón” y ya al anochecer, tempranito a casa  y acabar “pelando la pava” a la  puerta de  la casa  mientras más en penumbra, mejor.
           De tanto en tanto, el sosiego y el silencio del trozo de mi calle se veía  alterado por los gritos que  emitía Lolita “ hija del “Camellero” cuando su madre la amenazaba, con una “lona” en la mano, mientras ella salía huyendo a la calle para evitar la “polvasa” por alguna cosa que había hecho  o había dejado de hacer.
          El “Camellero” (aunque nunca le vi llevar ningún camello) se dedicaba a la pesca con nasas. Vivian al inicio de la calle Sacramento pegada a la casa de Juana La Muerte.
           La familia estaba formada, que yo recuerde, por  El Camellero y esposa y sus hijas Aguedita, una muchacha  ya casadera;“Lolita,  una zagalona a la que le llamábamos como mote “la Borracha” tal vez porque siempre iba descuidada de vestimenta y greñas y era un poco rebelde y alocada, pero no  porque  bebiera alcohol. Después venia Beatriz y por último Pilar. En la misma casa también vivían la sra. Clementina y su hijo Gregorio, apodado “el Gofio” que cantaba bastante bien pero al cantar, torcía los labios en raros gestos de la boca que nos hacía gracia a los chiquillos.

           
           Muchas tardes, sobre todo en el verano, era frecuente reunirnos en la puerta de mi casa que estaba en el centro del cruce de la calle Sacramento y La Cruz. Allí acudían los chiquillos de las viviendas próximas y de otras calles, organizándose diferentes juegos competitivos .
            Uno de ellos, que tenía mucha aceptación, era ver quien corría más rápido. Se hacían parejas de niños o niñas, con edades y capacidades similares incluso, a veces, eran verdaderos retos entre dos participantes sin importar el sexo.
           La salida era justo delante del poste de la luz que estaba situado en la pared de mi casa y que coincidía con el centro de la calle Sacramento.
         Los contendientes se colocaban en el centro de la calle, uno mirando hacia La Torre y el otro  a Sacramento, ambos en posición de salir a escape en cuanto se  contara el ¡¡ A la UNA, a las DOS  y… a las TRES!!!,  gritando todos a coro.
            El recorrido era idéntico para los dos, solo que lo hacían en sentido inverso, uno del otro. Así, el que iba en dirección a La Torre, subía por la calle Guillén hasta la Plaza de la iglesia, giraba hacia la calle Belza y volvía a girar en la esquina de la tienda de D. Antonio Marrero enfilando la calle Sacramento, de bajada, hasta el punto de partida.
           Mientras, el otro  contrincante, subía calle Sacramento arriba hasta la calle Belza girando por la misma esquina de D. Antonio Marrero hacia la Plaza para bajar luego calle Guillén hasta la el inicio de La Cruz y llegar hasta el poste de salida.
            El recorrido era muy equitativo pues los dos tenían que hacer el mismo esfuerzo de subir las calles pendientes y tener el mismo beneficio de cuando las bajaban.
           Los corredores sabían quién tenía más posibilidades de ganar según donde se cruzaban cuando corrían por el tramo de la Plaza, teniendo la posibilidad de hacer un mayor esfuerzo para acelerar el ritmo de su carrera.
            Era especialmente emocionante cuando veías aparecer al que cogía la calle Sacramento de bajada mientras que, el otro, no sabias a qué altura venia hasta que no asomaba por la esquina de la casa de Dña.Carmen Acuña última o primera, según como se mire, de la calle La Cruz.
           Todos los chiquillos animábamos a uno u otro corredor según sus preferencias y hasta los mayores, que desde las puertas de sus casas tomaban el fresco, disfrutaban de las carreras y demás juegos que organizábamos.
          

           La casa del sr, Luis y sra, Gumersinda padres de Juanita, Gregorio, Quica y Domingo estaba frente a la mía, hacia esquina con la calle Sacramento y La Cruz y era el sitio ideal para uno de nuestras diversiones preferidas.
            Las tardes del verano eran muy largas a pesar de que, por entonces , no estaba establecida la  ridícula imposición de adelantar una hora los relojes con la  excusa de  un hipotético ahorro de energía,  ya nosotros teníamos una hora de retraso con respecto a la Península, gozando de una puesta de sol más tardía, instituida después de la guerra  por el Gobierno de entonces,  por cuestiones políticas.
           Salir a jugar a la calle se retrasaba hasta que el calor remitía con el ocaso del sol. En las primeras horas en que empezaba a refrescar, comenzábamos a salir de nuestras “madrigueras” en busca de los amigos con los que compartir juegos y travesuras.
           Cuando ya empezaba a oscurecer, todos los veranos hacían su aparición unos mamíferos extraños que volaban a gran velocidad y con un vuelo muy bajo y lleno de rápidos recortes en el aire; eran los murciélagos, para nosotros, un verdadero reto cazarlos.
           Solían venir de los laureles de la Muralla bajando por mi calle y giraban haciendo quiebros en la esquina de la casa del Sr Luis para subir, calle Sacramento arriba, hasta perderlos de vista pero, inmediatamente, eran sustituidos por otros que bajaban en sentido inverso y así continuamente hasta que, satisfechos de polillas, mosquitos, mariposas y toda clase de insectos nocturnos, regresaban a sus refugios antes del amanecer.              

           El método para cazarlos era de lo más ingenuo e ineficaz, pero bastante   divertido.
           Aproximadamente a unos 5-6 m. de la esquina , tanto en La Cruz como de Sacramento, se colocaba un “vigía” que avisaba a los  “cazadores” de la proximidad de un murciélago para , en el momento de hacer el giro para encarar una calle o la otra, tirar al aire una boina, gorra o un trapo que, forzosamente, tenía que ser negro, con la candidez de creer que, el astuto y rápido quiróptero, se introduciría en el reclamo, buscando la protección de la negrura del señuelo, por la inocente creencia de que huían de la luz por refugiarse en la oscuridad de cuevas durante el día, para salir por la noche.
           Una y otra vez, repetíamos la táctica de tirar al aire los distintos señuelos sin éxito,  ya que, los hábiles voladores, evitaban toparse con ellos amagándolos con bruscos y rápidos  movimientos 
           Cambiábamos la estrategia atando al palo de una escoba o una caña, un trozo de verga o de soga que se agitaba  en el aire dando vueltas al paso de los astutos mamíferos con la malvada intención, si lograbas arrearle un golpe,  cayeran al suelo heridos, o al menos atontados, para poderlos coger.
           Lo que no sabíamos entonces es que estos pequeños animalitos con aquel aspecto tan feo, de alas membranosas y vuelo tan espectacular, eran los inspiradores de un incipiente invento ( Radar ), basado en  su sistema de orientación, llamado ecolocalización, conseguido emitiendo sonidos por medios de ondas electromagnéticas  que, al chocar con algún  objeto, el eco -ondas de sonido, reflejada por los objetos en su camino, les sirve para localizar  los obstáculos, evitándolos  al  volar y encontrar comida en la noche o en lugares oscuros como cuevas , bosques, etc.
           Este sofisticado sistema de orientación nos impedía cazar algún murciélago por mucho que lo intentábamos. Solo recuerdo haber cogido uno porque, posiblemente estaría enfermo, con unas grandes orejas desproporcionadas con respecto al cuerpo y con un aspecto de “pocos amigos” y lo bueno es que, después de tenerlo en el suelo, nadie quería cogerlo ni acercarse a él
    
        Aquel trocito de mi calle era especialmente animada, no solo por la
      Foto: Rafael Hg

 bulliciosa chiquillería que vivíamos en su entorno, sino porque, también, el resto del vecindario era participativo en todo lo que acontecía en el pueblo. Allí se reunían las chicas casaderas con sus pretendientes y amigos para preparar los adornos de cadenetas de papel de seda y banderines para las fiestas, se formaban varios “descansos” para la procesión del Corpus, se organizaban rifas, los Baldeones actuaban en el circo en las funciones que organizaban en el Castillo, habían quienes estaban en la rondalla, bien como cantantes, tocadores o bailarines,… Y en las tardes que había ensayos, pasaba por las casas donde vivían algunos de los componentes de la rondalla, el “avisador” llamando a las puertas con el reclamo: “ ¡Falito,a ensayal !”, gritaba  cuando llamaba mi hermano.
           Esta costumbre de avisar a los vecinos para alguna actividad era una
característica propia de San Andrés, sobre todo, de los pescadores, como explica con detalle en este párrafo escrito por D. Rafael Hernández Garcia: <     En cuanto a los que avisaban a la gente, cada arte tenía el suyo y les decían "llamadores".; su misión era vigilar, desde tierra, a los barcos que iban a encender con su petromax, porque  cuando el pescado (sardinas ,caballas o chicharros) acudían a la luz, inmediatamente los encendedores hacían "señas" con una lámpara de petróleo o tiraban "mechones", los cuales consistían en trozos de tela encendidos, pero previamente empapados de gasolina.
           El "llamador" solía llamar al pescador con un vozarrón y por su nombre de pila, añadiendo expresiones como: "¡vamos", "arriba", "levanta"... que están haciendo señas!”. Uno de estos llamadores era mi abuelo materno Agatón perteneciente al arte de Abraham Fernández (Abranito);mi abuelo, por su inconfundible nombre, es de los pocos del Pueblo de San Andrés que no tenía "nombrete".>

  Foto:Mis padres en la puerta de mi casa.

             Con frecuencia, muchas tardes, durante el verano, a la caída de la tarde cuando ya regresábamos a casa después de jugar con los amigos y mi hermano Rafael regresaba a casa después de “enamorar” con su novia Elena, mientras llegaba la hora de la cena, mi hermano cogía la guitarra y salíamos a la  puerta de mi casa, nos sentábamos en el bordillo de la acera de la calle empedrada, bajo la ventana y al tenue fulgor de la luz que daba la bombilla del poste adosado a la pared, empezábamos a desgranar conocidas melodías que en aquellos momentos estaban de moda.
           A los pocos compases del canturreo empezaban a agregarse los niños de La Gomerita, que vivía entre Juana La Muerte y Serafina; los del “Camellero”; Fala y Pepita, hijas de Pepa a su vez, hija de Madre Concha y el sr. Manuel “el Cuervito”. Por cierto, recuerdo con verdadero cariño y simpatía las graciosas serenatas que le cantaba a Madre Concha algunas noches, que venía “alegre” acompañado de su inseparable amigo de parranda  el Sr. Benito mientras, tambaleándose con el brazo sobre los hombros, a las tantas de la madrugada, en el silencio de la noche con voz temblorosa y medio ronca, cantaban entre otras, una  folía que decía: “Camino de las Mercedes- se me cayó la “cachimba” – y la hija de Cho Justo- le puso la pata “encimba”. ,completándola seguidamente con “ el conejo me riscó la perra”…. ¡Inefable y entrañable  el Sr. Manuel!
          Poco a poco se iban incorporando otros vecinos, incluso de otras calles algo más lejanas, entre ellas Maura y Marilú , hijas del Nene y “La Rubia” que vivían frente a correos y cantaban muy bien.
            Sin apenas darnos cuenta, se formaba un gran corro , donde todo el mundo cantaba, jaleaba, bailaba y se disfrutaba  con las canciones entonces de moda como las rancheras de Jorge Negrete, boleros de Machín, Jorge Sepúlveda, los Guaracheros, etc, etc.
      
           Recuerdo con verdadero deleite aquellas deliciosas tardes-noches donde todo el vecindario disfrutábamos de la armonía, simpatía y amistad compartida, adobada con alegres canciones en un improvisado “concierto” que, en el argot infantil, le decíamos “vamos a representar”. .. 
            
                                               L. Torti

                                                                      11 de Octubre 2013