domingo, 27 de febrero de 2011

Fiestas patronales

Ya se acercaban las fiestas de San Andrés y la comisión de festejos recorrían las casas, tiendas y bares donde podrían colaborar con algún dinero para subsanar los gastos  que ocasionarían el adorno de las calles,  velas y flores para adornar al Santo , banda de música,  los cohetes y ruedas de fuego y poco más. Aunque todo era muy modesto, una vez más por las penurias del momento,  se necesitaban fondos para poder cubrir  tan escasos  adornos.
                      Una manera de ayudar a la   escasa economía festera,  consistía en colaborar  haciendo colgaduras para adornar la plaza,  algunas calles, el baile en la Sociedad  y en el cine, etc.
                     En mi casa se reunían amigas y amigos de mis hermanas que entre todos compraban papel de seda de diversos colores y próximo ya los días para las fiestas patronales, cada tarde  venían  a recortar tiras de papel,  a una medida adecuada para hacer cadenetas, que se pegaban con un “engrudo” hecho de harina y agua,  formando largas ristras que se ponían a secar  colgadas, apoyándolas entre dos  respaldos de sillas. Allí colaborábamos todos y durante los días que duraba  la fabricación de las cadenetas se creaba un sano ambiente de risas, chistes, cantos, acabando casi siempre en  parranda.
                      En otras casas del pueblo se hacían la misma tarea diversificándose el tipo de adornos . En unas se hacían banderitas, en otras flecos , o lo que la imaginación y habilidad aconsejara. Cada uno llevaba los adornos  a la comisión de fiestas, disponiendo luego de ellas para según qué lugares.
                       De hecho solo se adornaba la plaza y los inicios de las calles que desembocaban en ella y si acaso, un poco más,  la calle Belza hasta la casa y tienda de don Antonio Marrero, pues no llegaban allí los puestos de rifas, turrones, baratijas, sorpresas, etc.
                      Por entonces, la plaza, estaba totalmente cubierta por las gruesas y pobladas ramas de cuatro hermosos y ancianos laureles de India (ficus microcarpia) de hoja pequeña perenne cuyos frutos, en forma de diminutos higos, lo usaban las niñas para hacerse pulseras y collares  y esas pulseras les servían para jugar al “teje”, en el pavimento único de todo el pueblo. Para acceder a la parte cementada había que salvar un escalón por la parte que daba a la calle del cine para salvar la suave pendiente de dicha calle, dejando a la plaza toralmente llana  y   solo llegaba hasta los bordes de los árboles,  todo el resto alrededor de la plaza hasta las viviendas que daban a ella, estaban empedradas de pulidos “callaos” de la playa, al igual que las  calles principales del pueblo.
                  De la pobre iluminación eléctrica  que gozaba el pueblo, la plaza era la mejor iluminada,  no recuerdo bien si con una sola lámpara o dos, que colgaban de unos alambres que a su vez se sujetaban a las cuatro esquinas.
                     La plaza  era el centro neurálgico de los actos de la fiesta. A su alrededor se instalaban los escasos puestos de turrones y  restos de tenderetes distribuidos en el lado  empedrado  que daba a la calle Belza, continuando por ella, más o menos, según el número de puestos que hubiera.
                  No venían muchos  y todos tenían una estructura muy sencilla y hasta pobre, como los tiempos que corrían. Sobre dos  caballetes de madera, se colocaba una bandeja de unos 2metros de larga y por delante, ocultando los caballetes, una tela blanca y como adorno, algunos ponían una colgadura de papel de seda en forma de flequillo . Pero lo importante para la chiquillería era lo que había sobre las bandejas, sobre todo la de turrones para los “chuchones” como yo.  Una buena parte de las escasas perras que tenia   eran para los turroneros. Me “privaba” comer aquellos turrones, redondos en forma de galletas, de almendra molida con miel, ( con mas gofio que almendras), cubierto por las dos caras con una oblea  y una cinta de color alrededor. Las había de varios tamaños y precio, desde una “perra gorda” , hasta una peseta. Las de un duro( 5 ptas.), eran  ya familiar.  También traían gruesos tacos de turrón, tipo Alicante, de almendra y maní, con mas maníses que almendras  y los de almendra solo, eran prohibitivos. ¿Y las rapaduras palmeras? …¡¡ UUUMMMM. Cosa rica!!
            Otro de los puestos que no le faltaban clientes, eran las ruletas con premios.. La ruleta era muy primitiva.  Consistía en una rueda con unos clavos alrededor, dejando unas separaciones, donde se ponían los posibles regalos que te correspondería, cuando la aguja central se parara después de un impulso que el jugador le daba, previo pago   a la tirada. No todos los espacios  entre los clavos tenían premios,  pero estaban dispuestos equitativamente de forma, que era bastante factible, con suerte, caer en alguna casilla con regalo, claro que estos  eran  muy sencillos,  de  manera  que,   por el precio de la tirada y las casillas vacías, el  feriante, siempre salía ganando. No obstante, te daba una gran alegría cuando caías en algún premio, que no iba más allá de una pequeña pelota hecha de  trozos de piel fina, rellena de serrín, con un trozo de fino cordón  elástico  para botarla como un yo-yó  y pegarle, no más de cuatro pelotazos a  los amigos,  porque se  le salía el serrín pronto, al abrirse las costuras.
                   Otros regalos podían ser paquetes de cigarros “Oval Lucha “ normal y fuerte, un tarrito de colonia barata, alguna figurita decorativa  de gusto dudoso  …etc. y unos canutos de  unos 12 ctms.  envueltos en llamativos papeles de seda de diversos colores  con los extremos en forma de abanico. Dentro de los canutos iba oculto un regalo y todo ello constituía la… ¡sorpresa!.
                 Las “sorpresas” eran las más apetecibles, no solo por la incertidumbre de ¿qué tendrá?, sino porque, generalmente, solía contener un regalo más aceptable para los críos: petardos, los mixtos de  pólvora para rascar en el suelo, pito de madera, matasuegra, un reloj de chapa  con apariencia de verdad, pero solo tenía la apariencia, con una correa de elástico y  para cambiar la hora, tenias que hacerlo a mano girando la ruedecilla de dar cuerda, vamos, ¡un Rolex!.
                Particularmente a mí, el que más me gustaba, era un monito en actitud de escalar a lo largo de una cuerda  que mantenías en tensión. Sin ningún tipo de mecanismo, con un gracioso movimiento convulsivo, iba escalando la cuerda  tensada  mantenida con las dos manos, hasta lo más alto. Luego invertías la posición de la cuerda y  con la misma cadencia, el mico bajaba  de nuevo a la posición inicial, volviendo a reiniciar el ciclo tantas veces como quisieras. Era un sistema muy simple, sin ningún artilugio y  muy original. Lo que le hacía subir y bajar con el gracioso contoneo, era como estaba colocaba la cuerda a través de unos alambres en forma de anillas incorporados en el cuerpo del mono. Este sencillo  y primitivo juguete lo he buscado muchas veces y no he tenido la suerte de encontrarlo, ni siquiera por Internet.
                Para las chicas, el puesto más interesante  era uno que tenia  pulseras,  collares, pendientes y otros productos de tipo femenino y sobre todo,  había una zona  muy típica  y solicitada que ocupaba buena parte de la bandeja. Esa zona especial estaba cubierta por una capa de abundante serrín donde se hallaban enterrados gran cantidad de anillos de bisutería barata con variados modelos y medidas, tanto para  chicas como para  hombres. Entre el serrín rebuscabas una y otra vez hasta encontrar el modelo que te gustaba, pero lo difícil venia después,… conseguir la medida que se adaptara a tu dedo. Durante  unos días, el anillo conservaba un aspecto aceptable, pero a partir del cuarto o quinto día, dejaba ver su armazón de hierro, cobre  u  hojalata  y el óxido comenzaba a ganar espacio en tan débiles metales. Como es lógico,  la calidad estaba en consonancia con lo que se pagaba por ello, pero era un  relativo barato sucedáneo cuando no se podía tener uno de oro y ni siquiera de plata. Visto desde la perspectiva actual de tanta abundancia ¡Que tristeza la precariedad de aquellos años!¡Con poco nos conformábamos y nos sentíamos  felices!
             Complementando a los  puestos fijos,  deambulaban por el pueblo, según a donde se movían los pocos actos que se celebraban, cine, fútbol y baile, un par de vendedores ambulantes que cargaban ellos mismos su golosa mercancía. Uno era el barquillero con su cilíndrico  almacén de crujientes,  gustosos y aromáticos barquillos de canela.
             El recipiente que servía de contenedor para los barquillos, iba cerrado por una tapa rematada por una rueda que hacia las funciones de ruleta donde, por unas monedas, la hacías girar hasta pararse la aguja central en  algún número de la esfera graduada del 1 al 10  distribuidos de forma que, un número alto, estaba protegido por otros de bajo valor,  evitando así, premios  substanciosos. Este era un método de juego y el otro era, que siempre obtenías  el premio de un barquillo en cada tirada, menos cuando caías en el clavo, perdiendo entonces todo lo que habías ganado. A veces por la ambición de ganar más barquillos para repartir con los amigos, nos quedábamos todos sin ninguno porque, en algún momento, te daba “en el clavo.”                                                                                                                                                                                      
            
            De vez en cuando, algún domingo,  más frecuentemente en primavera y verano, se dejaba ver por San Andrés un señor con una chaquetilla blanca, una gorra del mismo color y una” garrafa”  cilíndrica colgada al hombro que, con voz  potente y clara, echaba a los cuatro vientos un refrescante y sabroso pregón: ---¡ ¡Al rico helado vaticano!!--- Lo de” vaticano”, nunca entendí su significado pero creo que  el heladero  quería darle un toque de “calidad” a su deliciosa mercancía.
                La garrafa portadora del cremoso helado era exteriormente de corcho y en su interior, llevaba otro cilindro concéntrico metálico  lleno del “rico helado” El espacio entre ambos cilindros, estaba relleno de gruesos trozos de hielo que mantenía la textura y frescor de la crema helada. Adosada en la parte externa del cilindro de corcho, llevaba una cajita metálica con las galletas de barquillo rectangulares  adaptables al molde.
                         Cuando ibas a comprar un helado, jamás te decía:--- ¿De qué lo quieres? ---   sino ,---¿De cuánto lo quieres? Porque solo había un sabor…. ¡Vainilla!. Lo podías pedir de un real, que solo tenía prácticamente las  galletas con una finísima capita de helado; “media peseta”, con cantidad solo para cogerle el sabor; una peseta, que cuando ya le ibas cogiendo el gusto al helado te quedaban dos lametones más;”medio  duro”, lo que hoy seria una bola ,  y un duro,…. ¡¡un empacho!!
                     Los utensilios para servir el helado consistían  en una paleta de forma redonda  metálica  con la que raspaba la superficie de la masa cremosa con la intensidad adecuada  para sacar la cantidad necesaria y rellenar el molde  según el precio solicitado. Y un molde, que era del mismo material que la paleta (alpaca),  algo más grande de grosor y tamaño a las actuales cajas de cerillas. cuya base interior estaba adherida a un muelle que subía y bajaba dentro del mango  que lo sostenía, con la finalidad de ajustar el grosor del helado según lo que pagaras. En la base, se colocaba una galleta de barquillo rectangular ajustada al molde, se   cubría del “rico helado….” con la  medida adecuada por lo que habías pagado, pero nunca acababa del mismo grosor porque, con mas malicia que habilidad, a medida que iba echando la capa de helado, muy sutilmente, subía también el muelle que accionaba la base del molde restándole cantidad final comestible. Se remataba la superficie con otra galleta barquillo quedando un bocadillo de vainilla dulce y fresco. Por entonces se ve que no se habían inventado los cucuruchos.
                   El modesto heladero con su bagaje de garrafa heladora, molde, paleta y barquillos, también aparecía durante las fiestas de San Andrés con su  voz clara y potente anunciando su presencia . …¡¡Al rico helado vaticano!!, ¡¡ Hay mantecado!!
                  

                                                                                                   Continuará……

sábado, 19 de febrero de 2011

Los Foguetes

  Pongo en aviso a los posibles lectores, que esta anécdota que cuento a continuación, es bastante escatológica por si quieren abstenerse de leerla.  El incluirla en “mis recuerdos” es querer evocar una manera de pasar las fiestas de San Andrés desde el punto de vista de unos niños traviesos.


--  Introducción  ---

                                       Una de las cosas que más nos gustaba a los chiquillos durante las fiestas de San Andrés eran los “foguetes”, petardos y unos  papelitos que traían como una uña de pólvora con una costra exterior roja que lo rascabas en el suelo o una piedra y “chisporroteaba” como un cohete pero sin el riego de estos. Eran tan inofensivos, que cuando empezaban a “chisporrotear”, para que hiciera más efecto el ruido de una falsa explosión, lo metías entre  el hueco que hacías con las manos cerradas para amplificar el sonido mientras lo agitabas  y a pesar de tenerlo entre las manos, no te quemaba ni producía ningún daño. Los vendían en tiras y según tus posibilidades comprabas 5, 10 ….. etc.  Le dábamos un nombre especial, que no recuerdo, pero en la península le decían “mixtos cachondos”. Eran baratos comparados con el precio de los petardos, que nos gustaban más por lo contundente de su explosión y las posibilidades de asustar a las niñas, además de un uso bastante escatológico que nos divertía mucho.
                    La“cochinada” consistía en encontrar una cagada lo mas reciente  y grande posible  donde, el propietario del petardo, tenía el privilegio de introducirlo  lo más hondo que se pudiera, teniendo en cuenta dejar la mecha lo suficientemente fuera, para `poder prenderle fuego sin mancharte y te diera tiempo de salir corriendo para que no te alcanzase la “jedionda metralla.” Cuando ya había explosionado, mirábamos que grado de expansión había  y hasta qué punto la mierda había desaparecido de su sitio, discutiendo si lo habías  puesto bien  y el éxito de la explosión. De acuerdo que era una cochinada, pero para nosotros eran una gran diversión sobre todo si le salpicaba a alguien.


 --- La Anécdota  ---

                                                                                                                                                                                                 Foto cedida: Jonay  De  Vera  Morales

                     Iba a tocar la campana para dar el segundo toque  de llamada para iniciar la solemne Misa del día del Patrón. Para acceder al campanario, tenias que pasar por el baptisterio. A la derecha, había una puerta que daba a un patio bastante desatendido con yerbajos, piedras y restos de cosas que tiraban a través de la calle. En medio del patio pero cercano a la escalera desvencijada que subía al campanario donde te jugabas una pierna para subir y  otra para bajar, colocaban unos caballetes que soportaban unas maderas donde iban colocados unas filas de cohetes “voladores” para, cuando saliera y entrara la procesión, hacerlos explosionar a modo de traca. Al bajar del campanario y acercarme a ver los cohetes,  aproveché y cogí  dos o tres, uno de cada fila para que no se notara, le rompí la caña y me los guardé en el bolsillo del pantalón y como ya llevaba la sotana puesta, aunque sin el roquete blanco, los disimulaba perfectamente.
                             Salí a la calle al encuentro de los amigos que estaban por allí y  les enseñé los cohetes que había cogido y todos entusiasmados,  nos fuimos al lado de la sacristía,  a una casa que estaba derruida al principio de la calle  La Sombra  haciendo esquina  con la cuesta  que subía a la carretera de Taganana.  Miramos por el interior de la casa  buscando una  buena “majada” y…. efectivamente ,¡¡ allí estaba !! ¡Era perfecta!, grande  y en un estado idóneo  para nuestras intenciones.. Como yo era el propietario del hermoso cohete, según la costumbre, tenía el privilegio de hacerla explotar. Seguí todo el proceso de preparativos   y cuando estaba listo para pegarle fuego,  todos los amigos se protegieron detrás de una de las paredes semiderruidas. Mientras, yo intentaba, con el tercer fósforo, encender la mecha del cohete sin conseguirlo, por querer salir corriendo antes de tiempo. ¡Por fin,! Conseguí prender la mecha y a los primeros chispazos, salí corriendo a protegerme detrás de la pared. La alcancé justo en el mismo momento que se oyó un estruendoso ¡¡¡PUUUUUMMMM!!!... Alborozados y  felices por la fuerte explosión, nos acercamos a ver el resultado y el éxito fue total, en el lugar donde coloqué el “foguete” estaba prácticamente limpio, solo pequeñas salpicaduras aquí y allá, sin embargo todos  comentábamos.--- ¡¡ Fó, como jiede!!---
                                Salimos de las ruinas hacia  la sacristía para ir de nuevo el campanario a dar el tercer toque a misa, pero a pesar de alejarnos del lugar, el mal olor no desaparecía. Nos mirábamos unos a otros con acusación de que alguno se había tirado un pestoso “gufo” pero todos lo negábamos mientras el mal olor persistía ,hasta que uno de nosotros se percató de una gran mancha  en mi espalda que adornaba mi sotana   desprendiendo el “jediondo” tufo como consecuencia de una buena parte de la mierda que, con la potencia del “foguete, traspasó  la altura de la tapia alcanzándome de lleno. Entre las risas de  los compañeros me hicieron una primera limpieza eliminando lo más  que se podía, que no era mucho.  Me quité la sotana y con ella en la mano atravesé rápidamente la sacristía  hacia la iglesia y entré en el baptisterio,  y en la pila del bautismo, cogí agua bendita y con el pañuelo, fui limpiando lo mejor que pude la sotana, dejándola algo menos apestada, pero muy bendecida.
                                 Después del toque de campanas en la tercera llamada a misa , volví a la sacristía poniéndome el roquete blanco rápidamente para que no se viese la espalda mojada de la sotana. La mancha ya no era visible, pero el olor, aunque más tenue, iba dejando un rastro maloliente  a mi paso,  no se notaba por un momento, pero al alargarse mi presencia, acababa por salir a flote los apestados efluvios.
                                  Durante la Misa, tanto mis hermanos como el cura,   hacían muecas  de  oler algo  “raro” y   hasta llegaron a  preguntarme por lo “bajini” si me había “peido”, cosa que negué rotundamente, mientras entre ellos, se culpaban en silencio de  quien podía haber sido. Para mis adentros, me reía de la situación y empezó a gustarme la idea de  ir creando la apestosa duda  acercándome a grupos de hombres, chicas , niños, etc. y al rato de estar cerca, no oía otra cosa  que …--¡¡”Fóóó,  jediondo, ya te has “gufao”!!,  --- ¡¡Mi madre, que peste!! , ¡¡Ay miría, yo no he sido….!!  y cosas por el estilo, mientras mis amigos y yo, nos partíamos de risa viendo como se culpaban unos a otros.
                                 Durante la procesión, lo sentía por el  pobre Apóstol, pues en vez de estar perfumado por el  incienso, iba con la nariz arrugada  por mi  mal olor pero….., en el fondo, con una benevolente sonrisa,  iría pensando….¡¡Cosas de monaguillos!!.

sábado, 12 de febrero de 2011

Las campanas

La iglesia  de San Andrés, no estaba interiormente como es ahora. Entre la entrada a la sala donde está la pila bautismal, donde fui bautizado, hasta  un par de metros  antes de la entrada a la sacristía donde hay un arco de piedra volcánica roja y a los dos lados del recinto, de la anchura que hace la pared hasta el borde del arco, habían dos altares de unos dos metros de largo con una hornacina, de casi igual medida, sobre un escalón de uno 40- 50 cms de alto con espacio suficiente para el sacerdote recorrer el altar sin caerse. Estos dos altares, junto con el escalón, que servía de asiento cuando la misa se celebraba en el altar frontal como  era lo habitual, hacia un estrechamiento en la nave rectangular que era la iglesia, formando un pasillo de  un metro y medio aproximadamente,  teniendo que subir el escalón  para acceder al altar y la sacristía.
                        Una vez salvado, quedaba un espacio de unos dos metros, hasta un metro delante del altar principal,  también  elevado unos 20cms. En esos dos metros, se colocaban las andas con las imágenes que saldrían en procesión. Centrado ante el altar mayor, estaban colocados dos  reclinatorios para los que iban a tomar la comunión, que se hacia arrodillados.  Una de  las hornacinas de los altares laterales protegía con un puerta de cristal, la preciosa imagen vestida de la Virgen del Carmen y en la otra, siento no recordar  con seguridad que imagen o cuadro conservaba.  Creo que era la Virgen  María que sale de procesión.
                           Recuerdo especialmente un año que la misa del Sábado de Gloria,  se iniciaba en un altar lateral y no en el frontal  de plata repujado. El porqué de este cambio creo era estar, en ese altar, el “Monumento”, llamado así, porque era  el lugar profusamente adornado de flores y velas, donde estaba  la Custodia que encerraba el Cuerpo de Cristo  simbólicamente “preso “  desde el Jueves Santo, cubierto por un crespón morado. El altar estaba preparado para el inicio de la misa de Gloria donde se produciría  el momento solemne de la Resurrección  de Jesús.
                          La  Misa,  por su gran importancia y solemnidad, era cantada y ayudada por los tres monaguillos que reitero, éramos los tres hermanos. Para el momento  en que de nuevo repicarían las campanas, hasta entonces silenciadas,  habían preparadas las dos campanillas que habitualmente se utilizaban en todas las misas durante  la Consagración, pero en esta ocasión especial, para realzar más  el efecto sonoro, se usaba una de gran tamaño. Esta más grande, por lo pesada que era, la usaba mi hermano Rafael; la mediana, también pesando  lo suyo, le tocaba a  Andrés, y lógicamente, la más pequeña, para mí. Las campanas del campanario estaban a cargo ese día, de Manolo Yánes, que sería avisado desde  el Baptisterio, por Pedrito, que vivía en la plaza de la iglesia, en la primera casa donde se iniciaba la calle Belza y hacia esquina con la calle Guillen.  Creo era hijo de Carmita Jimenez hija de la sra. Gloria o de alguien de la familia.  Todo a punto para la ceremonia, salimos de la sacristía en el orden habitual, yo primero, seguido de Andrés, Rafael y don Ignacio el cura, hacia el altar lateral.
                             Iniciaba la ceremonia los Kyries cantados con gran solemnidad por el coro y ya acabando el tercer Kyrie, Rafael q. e. p. d.  distribuye las campanillas entre nosotros , dándome,  ante mi sorpresa y espanto…¡¡la más grande!! No tuve tiempo ni para protestar porque el sacerdote cantaba ..-¡Gloria in excelsis Deo! Instintivamente comenzamos a tocar las campanillas, campanas, órgano, coro mientras el sacerdote destapaba del morado crespón, la Custodia, mostrándola a los fieles como muestra de alegría y gozo por la Resurrección del Señor. En los primeros momentos, yo manejaba la ”gran campana,” aunque con dificultad, con cierta energía, pero el toque continuo durante la bendición y el traslado  de la Cutodia hacia el altar mayor, prolongaba el  repiqueteo de las campanas y ya,… ¡ni con las dos manos!, apenas si podía  mover el grueso badajo. Con gran esfuerzo caminaba casi arrastrando la pesada campana, pero no dejaba de  moverla, hasta llegar el momento que, ya exhausto, no pude levantarla del suelo. Ni que decir tiene que todo el mundo  se partía de risa viendo la gran ”putada” que me habían hecho mis queridos hermanos y yo, enfadado, disgustado y agotado, acabé con unas agujetas en los brazos, que me duró varios días.

sábado, 5 de febrero de 2011

La Matraca

                   El miércoles de ceniza comenzaba la cuaresma con la imposición de la ceniza  en la frente  por parte del sacerdote. Mientras hacía con ella la señal de la cruz,  decía: – “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás.” ---
                  Era costumbre, durante la cuaresma, en todas las iglesias españolas,  cubrir con crespones negros o morados, todas la imágenes  y durante ese periodo penitencial preparativo a la Semana Santa, los miércoles y viernes,  se hacía ayuno y abstinencia. El ayuno consistía en hacer solo una comida abundante al día, y por la noche, “colación”, es decir, una cena muy frugal. y la abstinencia,  prohibía comer carne o caldo de carne. Solo los mayores, enfermos y niños menores de catorce años, estaban exentos de estos preceptos…..bueno…, y todos aquellos que tenían medios para comprar la bula que  el Vaticano publicaba  y por unas cuantas pesetas, permitía pasar por alto los ayunos y abstinencias.
                    En aquellos años guardar la abstinencia no era demasiado difícil, pues comer carne  no era muy asequible para muchas familias y en San Andrés, pueblo pescador por excelencia, teníamos magníficos sustitutivos: las viejas, chernes, bogas,  chicharros, sardinas , tollos, etc,… con un buen mojo picón y una “pella” de gofio amasado, después de un buen potaje de berros o de “garbanzas,” ¡ya podían venir cuaresmas!
                     Con la bendición de las palmas, el Domingo de Ramos, se iniciaba la Semana Santa  y hasta el Miércoles Santo, el uso de las campanas era como siempre, pero a  partir del Jueves Santo, desde el momento del “ Gloria”, todos las campanas de España se quedaban mudas, según una tradición muy antigua cuyo significado era guardar luto por la muerte de  Jesús. Desde ese momento, todos los actos o rituales  donde se hacía uso de las campanas o campanillas, eran sustituidos por el sonido producido por un artilugio consistente en una gruesa madera con un asidero, que llevaba una especie de aldabas de grandes cajones que el hacerla girar, a derecha e izquierda, producía  un estruendoso y estridente claqueteo, audible en buena  parte del pueblo. Este ruidoso artilugio es…. ¡¡La Matraca!! que hasta incluso es proverbial:”¡No me des más la matraca”!,¡Y dale con la matraca!....etc..
                     Durante los días de silencio de las alegres campanas, las convocatorias  a los filigreses para la asistencia a Misa y los Oficios se hacía a través de la matraca.  Cada cuarto de hora aproximadamente antes de  iniciar el acto a celebrar,  salía al  inicio de la calle  Jeta  matraca en ristre y con un enérgico movimiento de la muñeca a derecha  e izquierda, hacia golpear los hierros contra unos salientes, también metálicos, que al chocar producían el característico ¡traca, traca, traca, traca…! Mientras, voz en grito, advertía con cierto sonsonete, ¡¡Primeeera!! Bajaba hasta mitad de la calle,  a la altura de la tienda de Avelino, repitiendo la misma llamada. Por el callejón que comunicaba calle Jeta  con la Calle Belza , pasaba a esta y repetía de nuevo el aviso , subiendo después hasta el inicio de la  la calle Sacramento,  justo en la puerta de la barbería ,y asi, al resto de las calles que convergían con la plaza de la iglesia ¡traca, traca…..!sin parar.  Cuando acababa el recorrido del primer aviso, ya había pasado un lapsus suficiente para iniciar la segunda llamada volviendo a repetir  todo el proceso . ¡Traca, traca, traca, traca,……! sin cesar, sobre el grito de ¡¡Seguuuunda!! ……… Minutos antes de empezar la misa regresaba a la iglesia  después del último recorrido del toque de matraca, traca, traca,… y el grito de ¡¡Terceeeera!!........ ¡ Me encantaba  esta manera de  de llamar a misa!
                      Al sonido de la matraca y al anuncio vocal , todos los habitantes del pueblo calculaban el tiempo  que  faltaba para el comienzo del acto religioso, apresurándose   o relajándose, según el número de llamadas oídas, para acudir a tiempo a la iglesia.
                        El silencio de las campanas se rompía en el momento que en la Misa del Sábado, el sacerdote   daba el anuncio de la Resurrección del Señor iniciando el canto de –¡”Gloria in excelsis Deo”!  Ese momento era muy emocionante porque, al únísono, las campanas de todas las iglesias repicaban alegremente y en el interior del templo las campanillas en la misa, con su alegre tintineo, exaltaba el momento , junto al órgano y el coro que cantaban con gran solemnidad —“Et in terra pax hominibus  bone voluntatis…..” la continuación del “Gloria” iniciada por el sacerdote oficiante. Todos los crespones negros y morados desaparecían dejando al descubierto de nuevo, las imágenes que durante la cuaresma habían estado ocultas-.
                         Campanas y campanillas recuperada  su voz, continuaban  durante el resto del año, hasta la próxima Semana Santa, avisando a los filigreses  con su metálico sonido,   para acudir al templo, cantando,en alegre  revoloteo en las fiestas y llorando, tristemente en los duelos.
                         Actualmente se celebra,  con más lógica, la Misa de Resurrección en la madrugada del sábado a Domingo de  Pascua. En aquellos años, era el sábado por la mañana y se llamaba Sábado de Gloria.