Una vez salvado, quedaba un espacio de unos dos metros, hasta un metro delante del altar principal, también elevado unos 20cms. En esos dos metros, se colocaban las andas con las imágenes que saldrían en procesión. Centrado ante el altar mayor, estaban colocados dos reclinatorios para los que iban a tomar la comunión, que se hacia arrodillados. Una de las hornacinas de los altares laterales protegía con un puerta de cristal, la preciosa imagen vestida de la Virgen del Carmen y en la otra, siento no recordar con seguridad que imagen o cuadro conservaba. Creo que era la Virgen María que sale de procesión.
Recuerdo especialmente un año que la misa del Sábado de Gloria, se iniciaba en un altar lateral y no en el frontal de plata repujado. El porqué de este cambio creo era estar, en ese altar, el “Monumento”, llamado así, porque era el lugar profusamente adornado de flores y velas, donde estaba la Custodia que encerraba el Cuerpo de Cristo simbólicamente “preso “ desde el Jueves Santo, cubierto por un crespón morado. El altar estaba preparado para el inicio de la misa de Gloria donde se produciría el momento solemne de la Resurrección de Jesús.
La Misa, por su gran importancia y solemnidad, era cantada y ayudada por los tres monaguillos que reitero, éramos los tres hermanos. Para el momento en que de nuevo repicarían las campanas, hasta entonces silenciadas, habían preparadas las dos campanillas que habitualmente se utilizaban en todas las misas durante la Consagración, pero en esta ocasión especial, para realzar más el efecto sonoro, se usaba una de gran tamaño. Esta más grande, por lo pesada que era, la usaba mi hermano Rafael; la mediana, también pesando lo suyo, le tocaba a Andrés, y lógicamente, la más pequeña, para mí. Las campanas del campanario estaban a cargo ese día, de Manolo Yánes, que sería avisado desde el Baptisterio, por Pedrito, que vivía en la plaza de la iglesia, en la primera casa donde se iniciaba la calle Belza y hacia esquina con la calle Guillen. Creo era hijo de Carmita Jimenez hija de la sra. Gloria o de alguien de la familia. Todo a punto para la ceremonia, salimos de la sacristía en el orden habitual, yo primero, seguido de Andrés, Rafael y don Ignacio el cura, hacia el altar lateral.
Iniciaba la ceremonia los Kyries cantados con gran solemnidad por el coro y ya acabando el tercer Kyrie, Rafael q. e. p. d. distribuye las campanillas entre nosotros , dándome, ante mi sorpresa y espanto…¡¡la más grande!! No tuve tiempo ni para protestar porque el sacerdote cantaba ..-¡Gloria in excelsis Deo! Instintivamente comenzamos a tocar las campanillas, campanas, órgano, coro mientras el sacerdote destapaba del morado crespón, la Custodia, mostrándola a los fieles como muestra de alegría y gozo por la Resurrección del Señor. En los primeros momentos, yo manejaba la ”gran campana,” aunque con dificultad, con cierta energía, pero el toque continuo durante la bendición y el traslado de la Cutodia hacia el altar mayor, prolongaba el repiqueteo de las campanas y ya,… ¡ni con las dos manos!, apenas si podía mover el grueso badajo. Con gran esfuerzo caminaba casi arrastrando la pesada campana, pero no dejaba de moverla, hasta llegar el momento que, ya exhausto, no pude levantarla del suelo. Ni que decir tiene que todo el mundo se partía de risa viendo la gran ”putada” que me habían hecho mis queridos hermanos y yo, enfadado, disgustado y agotado, acabé con unas agujetas en los brazos, que me duró varios días.
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