Yo era muy
pequeño, no tendría apenas unos ocho-nueve años y el entorno de mi casa de la
calle La Cruz era el lugar habitual de mis correrías y juegos.
Lo mas lejos que te distanciabas
por entonces, se limitaba a La Torre, la Plaza de la Iglesia, el trozo se la
Muralla que comprendía desde el Castillo, Cabezo y campo de fútbol hasta el puente
de Taganana, y como mucho, a las primeras huertas del barranco del Cercado. Por
la parte del barranco de lo que hoy se dice Las Huertas y antes por el Cascajo, los límites de juego se extendía hasta el pozo Pilario, o
poco más( por aquellos años aún contenía
bastante agua ),aunque siempre lo oí nombrar como “Poncio o pozo Pilato”, tal vez por la semejanza del nombre con el del personaje del
Evangelio de las clases de religión.
Todo estaba tan cercano, seguro y
tranquilo que salirse un poco de esos límites, impuestos por nosotros mismos,
constituía para la chiquillería una
verdadera aventura. Pero a medida que crecías, se iban ampliando los confines
de nuestras incursiones.
La calle La Cruz en toda su
extensión junto con Sacramento y La Torre, eran las más transitadas por mi, bien
para hacer los mandados, ir al colegio o jugar y los amigos más usuales éramos
de esa misma zona, aunque nos relacionábamos con el resto de los niños de otras
partes del pueblo identificándonos por según la zona en que vivíamos. Así formábamos, más o menos,
lo que seria “la pandilla “ de La Torre (desde la placita de La Cruz,
Sacramento, Guillen, la Torre y San José hasta la Plazoleta); la Villa Arriba (
Plazoleta, puente de Taganana, calle la Sombra); la Villa Abajo, (calle La Arena , el Murito, la actual Dña. Chana y
el Molino ) y el Cabo, que era “rancho” aparte y bien definido.
Después de venir del colegio y
merendar ( recuerdo con deleite que me gustaba, especialmente, una pella de
gofio amasado con leche y azúcar y un
trozo de queso fresco de Igueste o de Almáciga),el destino siguiente era salir
a jugar a la puerta de mi casa y si no
encontraba algún amigo con quien jugar, me iba a la Torre o a la plaza de la
iglesia y seguro que allí siempre habría alguno y el resto iban acudiendo
paulatinamente hasta juntarnos los habituales que formábamos el grupo de la Torre
decidiendo, sobre todo los mayores, el juego de aquella tarde dependiendo no se
sabe de cual circunstancia. Teníamos
tanta variedad de juegos que no había oportunidad de aburrirse.
La calle la Cruz y en general todas
las del pueblo, eran calles en días normales donde se gozaba de bastante tranquilidad
y poco trasiego de vecinos, prácticamente todo se limitaba en salir por las
mañanas a comprar las cuatro cosas en las pocas tiendas que existían y el resto
limpiar las casa y en las tardes según
la época del año o la bondad del tiempo, las tardes se animaba con el bullicio
de los chiquillos que jugábamos en su empedrado mientras algunas vecinas cosían en las puertas de sus respectivas
casas o charlaban animadamente viendo las escasas personas que de tanto en
tanto bajaban o subían por nuestra
calle.
Caso aparte eran las parejas
de novios que generalmente iban a
“enamorar” a la puerta de la casa de la novia o salían a pasear Rambla arriba,
Rambla abajo, generalmente acompañados por alguna hermana o hermano mas
pequeño, cuya misión era de
vigilante, por el que recibía el nombre de “carabina”. Pero esa vigilancia era
relativa, ya que lo normal era quedarte jugando en un lugar, más o menos
próximo, mientras la pareja deambulaba de un lado a otro y desapareciendo,
durante un bien rato, alejándose de , por la via sur, hacia la Muralla
Grande o por la vía norte, hacia la
carretera de Taganana no mas allá de la
fuente Pilario , si querían tener un poco de intimidad para darse un
“achuchón” y ya al anochecer, tempranito a casa
y acabar “pelando la pava” a la
puerta de la casa mientras más en penumbra, mejor.
De
tanto en tanto, el sosiego y el silencio del trozo de mi calle se veía alterado por los gritos que emitía Lolita “ hija del “Camellero” cuando su
madre la amenazaba, con una “lona” en la mano, mientras ella salía huyendo a la
calle para evitar la “polvasa” por alguna cosa que había hecho o había dejado de hacer.
El “Camellero” (aunque nunca le vi llevar
ningún camello) se dedicaba a la pesca con nasas. Vivian al inicio de la calle
Sacramento pegada a la casa de Juana La Muerte.
La familia estaba formada, que yo
recuerde, por El Camellero y esposa y sus
hijas Aguedita, una muchacha ya casadera;“Lolita,
una zagalona a la que le llamábamos como
mote “la Borracha” tal vez porque siempre iba descuidada de vestimenta y greñas
y era un poco rebelde y alocada, pero no
porque bebiera alcohol. Después
venia Beatriz y por último Pilar. En la misma casa también vivían la sra.
Clementina y su hijo Gregorio, apodado “el Gofio” que cantaba bastante bien
pero al cantar, torcía los labios en raros gestos de la boca que nos hacía
gracia a los chiquillos.
Uno de ellos, que tenía mucha
aceptación, era ver quien corría más rápido. Se hacían parejas de niños o
niñas, con edades y capacidades similares incluso, a veces, eran verdaderos
retos entre dos participantes sin importar el sexo.
La salida era justo delante del
poste de la luz que estaba situado en la pared de mi casa y que coincidía con
el centro de la calle Sacramento.
Los contendientes se colocaban en el
centro de la calle, uno mirando hacia La Torre y el otro a Sacramento, ambos en posición de salir a
escape en cuanto se contara el ¡¡ A la
UNA, a las DOS y… a las TRES!!!, gritando todos a coro.
El recorrido era idéntico para los
dos, solo que lo hacían en sentido inverso, uno del otro. Así, el que iba en
dirección a La Torre, subía por la calle Guillén hasta la Plaza de la iglesia,
giraba hacia la calle Belza y volvía a girar en la esquina de la tienda de D.
Antonio Marrero enfilando la calle Sacramento, de bajada, hasta el punto de
partida.
Mientras, el otro contrincante, subía calle Sacramento arriba
hasta la calle Belza girando por la misma esquina de D. Antonio Marrero hacia
la Plaza para bajar luego calle Guillén hasta la el inicio de La Cruz y llegar
hasta el poste de salida.
El recorrido era muy equitativo
pues los dos tenían que hacer el mismo esfuerzo de subir las calles pendientes
y tener el mismo beneficio de cuando las bajaban.
Los corredores sabían quién tenía más
posibilidades de ganar según donde se cruzaban cuando corrían por el tramo de
la Plaza, teniendo la posibilidad de hacer un mayor esfuerzo para acelerar el
ritmo de su carrera.
Era especialmente emocionante
cuando veías aparecer al que cogía la calle Sacramento de bajada mientras que,
el otro, no sabias a qué altura venia hasta que no asomaba por la esquina de la
casa de Dña.Carmen Acuña última o primera, según como se mire, de la calle La
Cruz.
Todos los chiquillos animábamos a
uno u otro corredor según sus preferencias y hasta los mayores, que desde las
puertas de sus casas tomaban el fresco, disfrutaban de las carreras y demás
juegos que organizábamos.
La casa del sr, Luis y sra,
Gumersinda padres de Juanita, Gregorio, Quica y Domingo estaba frente a la mía,
hacia esquina con la calle Sacramento y La Cruz y era el sitio ideal para uno
de nuestras diversiones preferidas.
Las tardes del verano eran muy largas a pesar
de que, por entonces , no estaba establecida la
ridícula imposición de adelantar una hora los relojes con la excusa de
un hipotético ahorro de energía,
ya nosotros teníamos una hora de retraso con respecto a la Península,
gozando de una puesta de sol más tardía, instituida después de la guerra por el Gobierno de entonces, por cuestiones políticas.
Salir a jugar a la calle se retrasaba
hasta que el calor remitía con el ocaso del sol. En las primeras horas en que
empezaba a refrescar, comenzábamos a salir de nuestras “madrigueras” en busca
de los amigos con los que compartir juegos y travesuras.
Cuando ya empezaba a oscurecer,
todos los veranos hacían su aparición unos mamíferos extraños que volaban a
gran velocidad y con un vuelo muy bajo y lleno de rápidos recortes en el aire; eran
los murciélagos, para nosotros, un verdadero reto cazarlos.
El método para cazarlos era de lo más
ingenuo e ineficaz, pero bastante divertido.
Aproximadamente a unos 5-6 m. de la
esquina , tanto en La Cruz como de Sacramento, se colocaba un “vigía” que
avisaba a los “cazadores” de la
proximidad de un murciélago para , en el momento de hacer el giro para encarar una
calle o la otra, tirar al aire una boina, gorra o un trapo que, forzosamente,
tenía que ser negro, con la candidez de creer que, el astuto y rápido
quiróptero, se introduciría en el reclamo, buscando la protección de la negrura
del señuelo, por la inocente creencia de que huían de la luz por refugiarse en
la oscuridad de cuevas durante el día, para salir por la noche.
Una y otra vez, repetíamos la táctica
de tirar al aire los distintos señuelos sin éxito, ya que, los hábiles voladores, evitaban
toparse con ellos amagándolos con bruscos y rápidos movimientos
Cambiábamos la estrategia atando al
palo de una escoba o una caña, un trozo de verga o de soga que se agitaba en el aire dando vueltas al paso de los astutos
mamíferos con la malvada intención, si lograbas arrearle un golpe, cayeran al suelo heridos, o al menos atontados,
para poderlos coger.
Lo que no sabíamos entonces es que
estos pequeños animalitos con aquel aspecto tan feo, de alas membranosas y
vuelo tan espectacular, eran los inspiradores de un incipiente invento ( Radar
), basado en su sistema de orientación,
llamado ecolocalización, conseguido emitiendo sonidos por medios de ondas
electromagnéticas que, al chocar con
algún objeto, el eco -ondas de sonido,
reflejada por los objetos en su camino, les sirve para localizar los obstáculos, evitándolos al volar y encontrar comida en la noche o en
lugares oscuros como cuevas , bosques, etc.
Este sofisticado sistema de orientación
nos impedía cazar algún murciélago por mucho que lo intentábamos. Solo recuerdo
haber cogido uno porque, posiblemente estaría enfermo, con unas grandes orejas
desproporcionadas con respecto al cuerpo y con un aspecto de “pocos amigos” y
lo bueno es que, después de tenerlo en el suelo, nadie quería cogerlo ni
acercarse a él
Aquel trocito de mi calle era especialmente
animada, no solo por la
Foto: Rafael Hg
bulliciosa chiquillería que vivíamos en su
entorno, sino porque, también, el resto del vecindario era participativo en
todo lo que acontecía en el pueblo. Allí se reunían las chicas casaderas con
sus pretendientes y amigos para preparar los adornos de cadenetas de papel de
seda y banderines para las fiestas, se formaban varios “descansos” para la
procesión del Corpus, se organizaban rifas, los Baldeones actuaban en el circo
en las funciones que organizaban en el Castillo, habían quienes estaban en la
rondalla, bien como cantantes, tocadores o bailarines,… Y en las tardes que
había ensayos, pasaba por las casas donde vivían algunos de los componentes de
la rondalla, el “avisador” llamando a las puertas con el reclamo: “ ¡Falito,a
ensayal !”, gritaba cuando llamaba mi
hermano.
Esta costumbre de avisar a los
vecinos para alguna actividad era una
característica propia de San Andrés, sobre todo, de los pescadores,
como explica con detalle en este párrafo escrito por D. Rafael Hernández
Garcia: <
En cuanto a los que avisaban a la gente, cada arte tenía el suyo y les
decían "llamadores".; su misión era vigilar, desde tierra, a los
barcos que iban a encender con su petromax, porque cuando el pescado
(sardinas ,caballas o chicharros) acudían a la luz, inmediatamente los
encendedores hacían "señas" con una lámpara de petróleo o tiraban
"mechones", los cuales consistían en trozos de tela encendidos, pero
previamente empapados de gasolina.
El
"llamador" solía llamar al pescador con un vozarrón y por su nombre
de pila, añadiendo expresiones como: "¡vamos", "arriba",
"levanta"... que están haciendo señas!”. Uno de estos llamadores era
mi abuelo materno Agatón perteneciente al arte de Abraham Fernández (Abranito);mi
abuelo, por su inconfundible nombre, es de los pocos del Pueblo de San Andrés
que no tenía "nombrete".>
Foto:Mis padres
en la puerta de mi casa.
Con frecuencia, muchas tardes, durante el verano, a la
caída de la tarde cuando ya regresábamos a casa después de jugar con los amigos y mi hermano
Rafael regresaba a casa después de “enamorar” con su novia Elena, mientras llegaba
la hora de la cena, mi hermano cogía la guitarra y salíamos a la puerta de mi casa, nos sentábamos en el
bordillo de la acera de la calle empedrada, bajo la ventana y al tenue fulgor
de la luz que daba la bombilla del poste adosado a la pared, empezábamos a
desgranar conocidas melodías que en aquellos momentos estaban de moda.
A los pocos compases del canturreo empezaban a agregarse los niños de La
Gomerita, que vivía entre Juana La Muerte y Serafina; los del “Camellero”; Fala
y Pepita, hijas de Pepa a su vez, hija de Madre Concha y el sr. Manuel “el
Cuervito”. Por cierto, recuerdo con verdadero cariño y simpatía las graciosas
serenatas que le cantaba a Madre Concha algunas noches, que venía “alegre”
acompañado de su inseparable amigo de parranda
el Sr. Benito mientras, tambaleándose con el brazo sobre los hombros, a
las tantas de la madrugada, en el silencio de la noche con voz temblorosa y
medio ronca, cantaban entre otras, una
folía que decía: “Camino de las Mercedes- se me cayó la “cachimba” – y
la hija de Cho Justo- le puso la pata “encimba”. ,completándola seguidamente
con “ el conejo me riscó la perra”…. ¡Inefable y entrañable el Sr. Manuel!
Poco a poco se iban incorporando otros
vecinos, incluso de otras calles algo más lejanas, entre ellas Maura y Marilú ,
hijas del Nene y “La Rubia” que vivían frente a correos y cantaban muy bien.
Sin apenas darnos cuenta, se formaba un gran
corro , donde todo el mundo cantaba, jaleaba, bailaba y se disfrutaba con las canciones entonces de moda como las
rancheras de Jorge Negrete, boleros de Machín, Jorge Sepúlveda, los
Guaracheros, etc, etc.
Recuerdo con verdadero deleite
aquellas deliciosas tardes-noches donde todo el vecindario disfrutábamos de la
armonía, simpatía y amistad compartida, adobada con alegres canciones en un
improvisado “concierto” que, en el argot infantil, le decíamos “vamos a
representar”. ..
L. Torti
11 de Octubre 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario