Durante los días que duraban las fiestas, todas las “perras” que tenias ahorradas o podías conseguir “sableando” a los padres y hermanos mayores con las mismas escaseces que tu, eran pocas . Uno de los métodos por lo que podías obtener algunas monedas extras, era recurrir a los padrinos, tanto de bautismo como de confirmación. En aquellos años, había una respetuosa y “rentable” costumbre consistente en, cuando un ahijado veía a su padrino de bautismo o confirmación, corría hacia él con el saludo: --¡¡Padrino, la bendición!!---El padrino, muy complacido, le extendía su mano derecha, donde el niño apadrinado, depositaba un cariñoso e” interesado” ósculo, vigilando esperanzado, el movimiento de su mano por si se la echaba al bolsillo, sacándola después, con algunas monedas. No siempre tenía feliz resultado el encuentro porque, también los padrinos, iban escasos, pero en las fiestas y algún domingo, solía caer algo. En ese aspecto, yo no podía recoger nada, pues mi padrino de bautismo era un tío mío que vivía en la península y el de confirmación era Manolo Yánes, que por entonces, personalmente, tenia más voluntad que otra cosa.
Otra manera de obtener algo más de dinero para disfrutarlo durante las fiestas o en cualquier época del año, llevaba, para conseguirlo, un largo periodo de tiempo no exento de paciencia y algún pequeño esfuerzo.


Como si de un juego se tratara, los chiquillos recogíamos del suelo todo lo que pudiera ser de cobre o latón y lo guardábamos en una lata hasta que viniera de nuevo el chatarrero. Según la cantidad que tenias acumulada lo vendías o esperabas a su siguiente paso por el pueblo . Recuerdo que después de cada bajada tumultuosa del barranco y de fuertes temporales, una de las diversiones de los críos era --¿Vamos a coger metales? Y nos recorríamos los dos barrancos, el Cercado y el que ahora le dicen de” las Huertas” y nosotros decíamos del Turco, la Batería o el pozo “Pilatos” (hoy Pilario, que seguro es lo correcto),de arriba abajo, rebuscando entre las piedras y arena que las aguas habían dejado al descubierto, trozos de alambres ,latas, tornillos o cualquier trozo metálico siempre que fuera de los dos materiales más cotizados. Como muchas veces no se podía identificar cual era el verdadero material , lo “raspábamos” contra una piedra para que dejara ver si era hierro, plomo, zinc, etc., que desechábamos.
Igualmente, después de fuertes temporales ,era visita obligada, una vez llegada la calma , recorrer la orilla de la playa desde el Muellito hasta acabar en el Cabezo con la esperanza de encontrar trozos de alambres de pesca que en aquella época, era frecuentemente de latón ya que el nylón aún no estaba inventado, al menos para nosotros., también restos de barcos o cualquier tipo de objetos del preciado metal que las fuertes olas hubieran llevado hasta la orilla.

Nunca era gran cosa el fruto de la recogida metalúrgica, porque conseguir un par de kilos, era ardua tarea, puesto que había mucha competencia, pero lo obtenido, era de gran satisfacción pues formaba parte de tu esfuerzo, además, durante los momentos que dedicabas a su búsqueda, era motivo de juego y diversión.
En realidad las fiestas patronales para la chiquillería se limitaba a las cuatro chucherías que podías comprar en los puestos, los cohetes y el ambiente festivo que reinaba por doquier. Que recuerde no venia ningún carricoche en que subirse, ni una pequeña noria, balancín o carrusel de caballitos que en aquellos tiempos era lo único que existía. Como mucho tenias el cine y el partido de fútbol del C.D. San Andrés con algún equipo rival venido especialmente para ese día. Recuerdo que en el campo de fútbol del Cabezo, la gente se ponía generalmente en la parte de la carretera de Igueste porque en el lado del mar, si te descuidabas ,cuando subía la marea, podías quedar empapado por una ola y no digamos si la marea estaba mala, entonces, las olas, llegaban hasta el mismo terreno de juego, encharcándolo.

En esos días venían gente de los barrios vecinos, Igueste, Valleseco, Bufadero, María Jiménez, etc. invitados por familiares y amigos o simplemente devotos del Santo llenando las calles de forasteros que iban y venían con una animación nada habitual al resto del año. Los bares y cafetines estaban llenos durante todo el día y de ellos salían a veces sonidos de guitarras y timplillos con aires de isas, folías, boleros y rancheras cantadas con voz aguardentosa y titubeante como efecto de las muchas “perras” de vino y licores consumidos. De tanto en tanto veías alguno, ya con exceso de efluvios alcohólicos, dando tumbos y trompicones, dirigiéndose hacia la playa del Muellito para, entre las barcas varadas o sobre ellas, caer como fardos, vencidos por la borrachera, a dormir plácidamente tan gustosa “melopea”.
Remataba las escasas actividades festivas un--- “GRAN BAILE , AMENIZADO POR LA FAMOSA Y POPULAR ORQUESTA : RENÉ y sus Muchachos --- Aunque siempre venia la misma, ni que decir tiene, que no se sabía el nombre de la orquesta, hasta que no sonaba el primer pasodoble, pues no se editaban carteles anunciadores de los festejos, como mucho, a la entrada de la “Sociedad” o del cine, se colocaba una pizarra anunciando el baile y su horario nocturno.


La Orquesta tocaba un amplio repertorio de las canciones que habían hecho conocidas las estrellas de aquellos años: Bonet de San Pedro, Jorge Sepúlveda, Los Huaracheros, Jorge Negrete, Carlos Gardel y sobre todo, el melodioso y gran cantante Antonio Machín recién venido de América que, en nuestra tierra, tuvo siempre sus mayores éxitos. Había una larga lista de canciones muy populares en esos años: “Rascayú”, “La vaca lechera”, ”La casita de papel”, “¡Qué lindo está Santa Cruz!,” “Angelitos negros”, “Santa Marta tiene tren”, “Se va el caimán”, “María Cristina me quiere gobernar”,……y muchas, muchas canciones más, que haría la lista interminable, sin contar todo el repertorio de música ranchera e hispanoamericana por la que siempre, Canarias, ha tenido especial predilección.
De lo que ocurría dentro de “La Sociedad” o el cine poco puedo contar porque, por edad, no tenía acceso al baile y menos por la noche, si recuerdo el sonido de la música que desde mi casa se oia con claridad porque estaba casi pared con pared de La Sociedad, entonces situada en la Muralla un poco más arriba de “La Cucharita” y antes de llegar a los antiguos comedores del cuartel de artillería. Lo que si sabia al día siguiente, por los comentarios de mis hermanos, era de una o dos peleas que siempre había, como consecuencias de algún forastero con unas copas de más, con algún novio celoso de San Andrés.
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